José Martí y el profundo amor por su padre

Por: MS.c Ángel Taboada Salmerón    

La celebración del Día de los Padres es una hermosa tradición con más de un siglo de existencia en varias partes del mundo. En nuestro país el día deviene en un momento de júbilo y reciprocidad hacia nuestros progenitores, quienes se han dedicado a cuidarnos y educarnos. Creemos oportuno este tercer domingo de junio, dedicar unas líneas a reverenciar el gran amor y respeto que José Martí sintió por su padre.

Fue José Martí el único hijo varón del valenciano Mariano Martí. Quizás su mayor desdicha fue haber sido incomprendido muchas veces por su padre, quien le amó profundamente pero nunca asimiló que su hijo de ascendencia española hubiera jurado combatir a la patria de su padre en defensa de la que ya sentía muy suya: Cuba.  No entendió Don Mariano la actitud irreverente de su hijo, de quien siempre reconoció su inteligencia y talento.

Pudiéramos plantearnos una interrogante a la hora de entender la difícil pero aleccionadora relación de Martí con su padre. ¿Qué aprendió José Martí de su padre? Quizás lo primero que aprendió fue a ser honrado, ordenado, puntual, a respetar a sus semejantes, a hacer bien las cosas y a resistir horas de trabajo. “¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?”, escribiría el Apóstol en carta a Doña Leonor, el 15 de mayo de 1894.

El hogar de su niñez y la impronta del padre lo recuerda Martí en un artículo que tituló “Hora Suprema” con profunda nitidez: “En el hogar en las horas comunes, el padre exasperado por las faenas de la vida, encuentra en todo falta, regaña a la santa mujer, habla con brusquedad al hijo bueno, echa en quejas y dudas de la casa que no las merece el pesar y la cólera que ponen en él las injusticias del mundo; pero en el instante en que pasa por el hogar la muerte o la vida, en que corre peligro alguno de aquellos seres queridos del pobre hombre áspero, el alma entera se le deshace de amor por el rincón único de sus entrañas, y besa desolado las manos que acusaba y maldecía tal vez un momento antes.”

El amor y admiración por su padre consta en la propia obra martiana. Conmueve y emociona la evocación a Don Mariano en las desgarradoras páginas de su trabajo “El presidio político en Cuba”, donde narra cómo reaccionó su padre cuando fue a verlo a las canteras de San Lázaro, donde padecía los horrores del presidio: 

“Y ¡qué día tan amargo aquel en que logró verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos, y vio, al fin, un día después de haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango, sobre la cual me hacían apoyar el cuerpo, y correr, y correr! ¡Día amarguísimo aquel! Prendido a aquella masa informe me miraba con espanto, envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin, estrechando febrilmente la pierna triturada, ¡rompió a llorar! Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel! Y yo todavía no se odiar.”

En Martí el recuerdo y la preocupación por sus padres fueron constantes, a pesar de sus tribulaciones personales y de sus compromisos y deberes profesionales. Varias cartas enviadas a su hermana Amelia dejan constancia de ello. Así lo demuestran las ideas expresadas en una carta escrita desde Nueva York en febrero de 1880, al evocar a su padre amado:

“Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto ternísimo que merece nuestro padre. Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca. Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar.”

En 1887 ocurrió la muerte de Mariano, y lo que experimentó ante la irreparable pérdida lo reflejó en conmovedora carta dirigida a su gran amigo y hermano Fermín Valdés Domínguez, a quién le comentó: “Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él. Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma.”

Siete años después, cuando ya dedicado de cuerpo y alma a los preparativos del nuevo proyecto emancipador, Martí volvería a recordar emotivamente a Don Mariano al evocar lo que un día este le manifestara en relación con la posible disposición futura de su hijo de combatir en defensa de su patria.

En carta fechada el 26 de julio de 1894 y dirigida a José María Pérez Pascual, patentizó: “Así era mi padre, valenciano de cuna, y militar hasta el día que yo nací: él me dijo un día, volviéndose de súbito a mí: “Porque hijo, yo no extrañaría verte un día peleando por la libertad de tu tierra.”

Este tercer domingo de junio, la celebración del Día de los Padres tendrá una expresión social más allá de la reunión familiar y los acostumbrados regalos. Vale entonces recordar a los padres fundadores de la nación, entre ellos a José Martí hijo y padre amantísimo.

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