Cuba es Martí. El ser cubano se define por el ser martiano. Difícilmente pueda encontrarse en cualquier otra latitud que las ideas de un hombre tengan tanta influencia en la formación de una nacionalidad y en el devenir histórico de su pueblo. Sus ideas han modelado la construcción de la nación cubana hasta nuestros días y han sido referencia obligada para cualquier tipo de proyecto político.
En su pensamiento buscan legitimidad todos los intereses, clases, sectores, grupos, organizaciones que en Cuba han pugnado a lo largo de su historia. Martí ha sido presencia constante para los cubanos. Y lo fue durante la república burguesa neocolonial desde el referente que contrastaba duramente con la realidad obtenida a partir de la separación de España. Cada vez que la Nación cubana ha atravesado por un período difícil de su historia ha apelado a Martí. Las generaciones de revolucionarios que se sucedieron durante toda la República siempre recurrieron a su ideario para encontrar allí el respaldo ideológico y ético a sus luchas y a las transformaciones que pretendían adelantar. Los que combatían los males republicanos comprendían que al hacerlo, lo que buscaban era la concreción del sueño martiano.
Las clases dominantes cubanas sentían verdadero pánico frente a su ejemplo. Los grupos de poder que entregaron el país al dominio extranjero, debieron recurrir a la imagen de Martí para afirmar su hegemonía, pero se cuidaron de mantener oculto lo más revolucionario y radical de su pensamiento. No en vano afirmó Fidel en 1953 que parecía morir otra vez el Maestro justo en el año de su centenario.
La burguesía cubana subordinada a los Estados Unidos había llegado a declarar, por boca de uno de sus representantes, en gesto impar de genuflexión, que la palabra “intervención” en nuestro país era sinónimo de gloria, de libertad. A esa burguesía, en su intento de apropiarse de los símbolos nacionales y de identificar los intereses de toda la nación con los suyos propios, a la par que construía un Estado funcional a la conservación de sus ganancias y privilegios, le resultaba incómodo el antimperialismo martiano, su opción preferente por los pobres y su prédica constante a favor de la justicia social. La estrategia fue entonces deificarlo, convertirlo en una especie de santo al que se le rendían honores y se le ponían flores, aunque la práctica política contradijera las esencias de sus postulados. Un Martí arrinconado en un altar para ser venerado, inofensivo en tanto no interpelaba ni desafiaba la realidad, cuyo ideario era manipulado para justificar un discurso de concordia y conciliación que encubría un orden social de desigualdad, explotación y dependencia de poderes imperiales.
Con razón reaccionaba indignado Julio Antonio Mella ante “tanto canalla, tanto mercachifle, tanto patriota, tanto adulón, tanto hipócrita… que escribe o habla sobre José Martí”. Entre ellos “el literato barato, el orador de piedras falsas y cascabeles de circo, el que utiliza a José Martí para llenar simultáneamente el estómago de su vanidad y el de su cuerpo”. Y clamaba por la necesidad de realizar un estudio serio del valor de su obra revolucionaria “no con el fetichismo de quien gusta adorar el pasado estérilmente, sino de quien sabe apreciar los hechos históricos y su importancia para el porvenir, es decir, para hoy”.
Conviene tener siempre presente a Martí, sobre todo cuando desde ciertos parajes, geográficos e ideológicos, se le pretende sustraer su filo antimperialista:
“Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos, y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla a la guerra para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito de mediador y de garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres. Ni maldad más fría. ¿Morir, para dar pie en qué levantarse a estas gentes que nos empujan a la muerte para su beneficio? Valen más nuestras vidas, y es necesario que la Isla sepa a tiempo esto. ¡Y hay cubanos, cubanos, que sirven, con alardes disimulados de patriotismo, estos intereses!” (Carta a Gonzalo de Quesada, 14 de diciembre de 1889).
Hoy, “los servidores del pasado en copa nueva” pretenden, usando aviesamente a Martí, restaurar en Cuba el orden político, social y económico que lo traicionó y lo negó, que excluye a la mayoría del pueblo de los derechos más elementales y solo privilegia a unos pocos. No es nada nuevo, más de una vez los enemigos de Martí han tratado de resignificar el símbolo que representa en un sentido favorable a sus propósitos. Basten como ejemplos los nombres de La Rosa Blanca para la organización de batistianos, torturadores y asesinos que desde el mismo 1959 se enfrentó a la Revolución, o los del propio Martí para los medios de comunicación del gobierno norteamericano dirigidos a recuperar su dominio colonial sobre Cuba. Aunque algunos tratan de sacarse de la chistera un Martí anticomunista, entresacando este o aquel fragmento y ubicándolo fuera de contexto, con una interpretación sesgada y muy conveniente de sus palabras, lo cierto es que el proyecto martiano de conquistar toda la justicia solo puede ser realizado en Cuba con el socialismo. La Revolución triunfante en 1959, la de los humildes con los que quería echar su suerte Martí, fue la que llevó a vías de hecho su aspiración de independencia nacional, y comenzó a realizar su sueño inclusivo de dignidad y bienestar para todos, con todos.
En la disputa por el pasado que se libra en el presente para decidir el futuro de Cuba, hay quienes se empeñan en poner a Martí al servicio de los intereses contra los cuales luchó toda su vida. Pero lejos de liturgias y puestas en escena, el héroe nacional que en vísperas de su muerte alertó sobre las pretensiones imperialistas de apoderarse de nuestro país y declaró que todo cuanto había hecho y haría era para evitar la consumación de esa amenaza, el que confesó a Carlos Baliño que la Revolución verdadera no era la de la manigua, sino la que harían en la República, pertenecerá siempre por entero al pueblo cubano en su duro combate por mantener la independencia y ensanchar cada vez más su proyecto de justicia y libertad, defendiéndose de los nuevos anexionistas y enemigos de toda laya.
Nuestra existencia como nación libre solo puede ser posible con un proyecto revolucionario de sociedad, que no abandone o recorte sus propuestas de liberación más radicales. La libertad que disfrutamos no nos ha sido regalada, sino peleada, conquistada con sangre. El devenir de la formación de la nación cubana ha estado marcado por la lucha revolucionaria.
Otros países han debido su independencia a evoluciones, reformas, pactos entre élites; en nuestro caso ha sido resultado de una pelea muy dura, de sacrificios, de un pueblo entero luchando por su libertad. Con ese pasado glorioso tenemos un compromiso que es sagrado, el de preservar, aún al precio de nuestras propias vidas, la libertad que costó tan caro.
Martí hoy combate junto a nosotros y nos invita a la carga, nos ayuda a encontrar respuestas y caminos en nuestras encrucijadas, y también plantea interrogantes a muchas de nuestras certezas. No puede ser pasto de museos, loas y ritos vacíos, sino fuente útil de inspiración y convicciones, de lecciones y aprendizajes, autor intelectual de nuestras batallas presentes, y compañero en ellas. Seguir ampliando nuestro horizonte de justicia y libertad, sin entregar jamás las banderas, es la mejor manera de mantenerlo vivo y de que continúe llevando nuestro remo de proa.
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