Por: Arlette García Rosales (Estudiante de Periodismo)
Este curso que ya culmina resultó, para los estudiantes de primer año de las diversas carrera, ansiosos de experiencias en la Universidad, incómodo por las inevitables interrupciones. Estás, causadas por por circunstancias ajenas a cualquier persona, dificultaron la posibilidad de pasar los semestres completos en las aulas; como debió suceder.
Primero se interrumpió por la situación coyuntural que afrontó el país en 2019; y luego por la enfermedad causada por el nuevo coronavirus; ambas situaciones adversas impusieron largos y molestos confinamientos.
Solo quien experimenta en carne propia los sucesos tiene suficiente información para hablar de ellos; para explicar con autoridad el sufrimiento y la angustia que se vive con la enfermedad.
Gracias al esfuerzo de nuestro país y al sistema de Salud Pública que tenemos implementado, tanto la mortalidad asociada al padecimiento como los contagios, han disminuido, ostensiblemente, en el último periodo.
El 2020, como año bisiesto y, por consiguiente, “desdichado”, como reza la costumbre popular, no es el único que cuenta en su haber con una pandemia, responsable de tantas pérdidas de vidas humanas.
De las primeras cosas en las que me ocupé durante la el transcurso de la obligatoria cuarenta, contando, por supuesto, con los recursos tecnológicos apropiados, fue de informarme sobre la existencia previa de epidemias mundiales; para así sacar experiencias de lo vivido por la humanidad durante tan desafortunados eventos.
Me percaté que al “acabarse” la epidemia de la Gripe de 1918, en Estados Unidos, hubo un rebrote, debido a que las personas salieron a las calles de manera descontrolada. De ahí siempre supe, que el inicio de la recuperación, seria parte muy importante para definir el avance o retroceso de la epidemia en nuestra ciudad. Disminuye, pero no deja de existir riesgo de infección.
La cuarentena trajo consigo mucho tiempo libre para todos; incluso horas desperdiciadas por muchos. Lo cierto es que este periodo de aislamiento social ha sido beneficioso para quien disfruta la lectura; las personas curiosas e inquietas, que siempre desean aprender cosas nuevas, han aprovechado ampliamente la oportunidad de tiempo disponible.
En efecto, la necesidad de lectura, se ha incrementado en mí como buen hábito; y la Covid-19 ha cooperado en este sentido. Por ahí leí una vez “Benditas las personas que te recomiendan buenos libros” yo creo que sí, benditas son. Este tiempo lo he aprovechado también en el crecimiento profesional; en abundar en cuanto a los propios contenidos de la carrera; en estar al día con los estudios y todo resolver los pendientes.
Siempre hay una materia que fortalecer, que nos resulta más complicada; o que simplemente no no nos gusta y cuesta un poco más estudiar, por lo que es preciso hacer en ella mayor énfasis.
Las ganas de aprender no se detienen; finalmente, si hay algo que no pesa, y nos acompaña a cada lugar, es el conocimiento; de ahí sobreviene el esfuerzo personal de seguir aprendiendo. Para las personas inquietas, como yo, que no disfrutamos la televisión, así sea la mejor película de la noche, nos resulta un poco difícil el control del “aburrimiento”.
Sin embargo, recientemente, tuve la oportunidad de ver películas, que tal vez en tiempos normales y ocupada en labores habituales, no hubiera visto. Películas históricas, clásicos del cine; dignos de ser vistos por todos. Acerca, por ejemplo, de la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto, versiones de libros famosos o inolvidables historias de amor, como Casablanca (1942).
Durante la estancia en casa, las oportunidades de pensar en proyectos y planes fueron múltiples; como múltiples también son las ideas para lograr los objetivos y metas, que resultan proyectos de vida. Y está fue otra forma en que emplee mi tiempo; mis pensamientos fueron útiles para trazar las estrategias, que me permitirán conquistar los horizontes que anhelo.
Hay algo importante que nos ha enseñado esta situación, y es que podemos vivir, e incluso alcanzar la felicidad, sin acopiar tantas cosas materiales, superfluas en su inmensa mayoría; pues poseerlas, según las circunstancias, puede resultar vano. Su presencia no hacía más o menos la diferencia, sobre todo porque morían fuera, millones de personas, y familias enteras estaban siendo afectadas. Teniendo ropa de “marca”en los armarios, el día entero usábamos pijamas o la ropa más cómoda para estar en casa; poseyendo tanto maquillaje, contamos meses sin pintarnos los labios.
El coronavirus ha dejado una enseñanza inminente, obvia y trascendental. Los gestos más expresivos del amor: los besos y los abrazos, o mejor, su ausencia, son los que hoy determinan la salud.
El distanciamiento social y el uso del nasobuco, marcan el miedo en el que todo cuidado es poco. Con certeza, mi pensamiento no será el mismo que antes. En el transporte público diario, camino a la Universidad, no daré las mismas muestras de afecto; y nunca hallaré mis manos lo suficientemente limpias.
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