María Cristina Hierrezuelo: “agradezco infinitamente, a la Revolución, las oportunidades que me ha dado”

Compañeras y compañeros de la presidencia,

compañeras y compañeros graduados.

Tutores, familiares, invitados, amigos, profesores, trabajadores:

En primer lugar –y no es retórica, mucho menos formulismo, etiqueta o protocolo–, expreso mi más profunda gratitud a la dirección universitaria por haberme seleccionado para pronunciar estas palabras, porque creo, de forma muy sincera, que todos los que hoy nos graduamos merecemos por igual esta distinción.

Junto con mi expresión de gratitud ofrezco, de antemano, mis disculpas: por si las cosas que voy a decir no se adecuan a lo que está establecido para actos de esta naturaleza. Pero sucede que quiero seguir abrazada a ese valor que se llama sinceridad, y por eso me siento obligada a decir que, hace más de 35 años, cuando trabajaba como Auxiliar de Contabilidad en la Dirección de Economía de esta querida Universidad de Oriente, y estudiaba Licenciatura en Historia en el curso vespertino nocturno, no imaginé que la vida me reservaría un momento tan hermoso como este; momento que, en mi caso, sé que nunca hubiera ocurrido de no haber existido la Revolución; porque gracias a ella, como tan atinadamente lo expresara el Che, la Universidad en Cuba se vistió de obrero y de campesino, de mulato y de negro; y por eso una mujer como yo: pobre, negra, nacida en el batey de un central azucarero de propiedad norteamericana, y en cuyos ancestros identificados figura una tatarabuela esclava que se llamaba Cristina, está hoy aquí. Por ello agradezco infinitamente, a la Revolución, las oportunidades que me ha dado para alcanzar el Grado Científico de Doctor en Ciencias Históricas.

Pero sabemos que, tan importantes como las oportunidades, son las responsabilidades personales. Ustedes, compañeros de graduación y yo, asumimos las nuestras; y por eso también estamos aquí, como protagonistas de esta inolvidable actividad.

El doctorado es una tarea difícil, muy difícil; ¡cuántos inconvenientes…, cuántos sinsabores…, cuántas aflicciones…, cuánto desconsuelo! cuando, a pesar de la importante tarea en que se está enfrascada, se deben cumplir otras; que no pueden postergarse y corresponde realizar: impartir nuevas asignaturas; asistir a múltiples reuniones de corta, mediana o larga duración; asumir la dirección de una disciplina, la tutoría de diversos trabajos de curso y de diploma; presidir un tribunal; coordinar la práctica laboral; asistir a una graduación; y, para rematar ese inventario de tareas: las tribulaciones por Internet, el servidor, los cortes eléctricos … y Sandy.

Por esas razones y por otras que harían muy extensa mi intervención, reitero que el doctorado es una tarea muy compleja, muy difícil, imposible de realizar si no fuera –como ha sido para mí, y estoy segura que para todos mis compañeros de graduación–: un compromiso, una ilusión, un sueño y, sobre todo, una obra de mucho amor.

Por una parte, el amor que se siente por la investigación en general y por la que estamos realizando en particular;  y, por otra, el amor que nos dan nuestros compañeros, nuestras familias, el cual deviene camino seguro para llegar a la meta. Ellos están presentes en cada minuto de esa alegría que sentimos cuando tras días, semanas y, a veces, hasta meses de una búsqueda aparentemente infructuosa, encontramos una información; o después de pensar, pensar y volver a pensar, logramos concretar una idea que hacía días nos estaba dando vueltas en la cabeza.

También ellos están –y nos trasmiten mucho ánimo–, cuando ante determinadas circunstancias sentimos cómo las fuerzas y el optimismo nos abandonan. Por eso los recordamos siempre y sus nombres no pueden faltar en este momento, en que la vida me permite hacer públicas mis gratitudes:

A mi pequeña familia: mi hijo Alejandro, mi hermana Juanita y mis sobrinos Ileana y Juan Ernesto, porque su apoyo, comprensión y cariño fueron decisivos.

A mis profesores de la carrera de Historia, por haberme formado en el oficio. Hay muchos de ellos que ya no están físicamente entre nosotros, pero perduran en mi recuerdo. Este es el caso del doctor Francisco Prat Puig y de los profesores: Pablo Botta Soto, Nelsa Coronado Delgado y María Nelsa Trincado Fontán.

Al doctor Hébert R. Pérez Concepción, que también fue mi profesor en la Carrera y además mi tutor, por sus atinadas sugerencias.

Al doctor Miguel Ángel Matute Peña, por los consejos.

A los doctores Israel Escalona Chádez y Damaris Torres Elers, quienes fueron mis alumnos en la carrera de Licenciatura en Historia aquí, en la Universidad, pero alcanzaron el grado de Doctor en Ciencias antes que yo, y con sus sugerencias y recomendaciones me ayudaron extraordinariamente.

A mis amigas y compañeras; especialmente a Edilinda Chacón Campbell, Nancy Herrera Torres y Georgina Martí Castro, porque su existencia me obligó a no flaquear.

Y muy especialmente, mi eterna gratitud a mi madre, Alejandrina Hierrezuelo Planas.

Gracias a ellos, gracias a la dirección universitaria otra vez, por haberme distinguido al seleccionarme para pronunciar estas palabras, y gracias a ustedes, por haberme escuchado. Infinitas gracias.

 

Dr. C. María Cristina Hierrezuelo Planas

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