La Universidad en América (Tomado de la Revista Mambí)

La Universidad es una institución que surge en Europa, en la Edad Media. El descubrimiento y la conquista de América la trajeron a este continente. Las carabelas de Colón fueron el vehículo a través del cual llegó al Nuevo Mundo la cultura española heredada de la greco-latina, aunque fuertemente teñida del dogmatismo religioso católico.
En España se habían fundado varias Universidades, a partir del siglo XIII (la de Palencia, 1208); pero las más prestigiosas fueron la de Salamanca (1220) y la de Alcalá (1409). Esta última es la actual Universidad de Madrid, adonde fue trasladada en 1836, y nos interesa especialmente por que sus estatutos fueron el modelo que sirvió para organizar todas las universidades que fundaron las españoles en América.
La preocupación de los españoles por la cultura universitaria en las nuevas tierras de que se habían posesionado se mostró muy temprano, pues ya en 1538 se fundó el primer centro de este nivel: La Universidad de Santo Domingo llamada con justicia “la decana de las universidades”. Trece años después, en 1551, los florecientes Virreinatos de Nueva España y Perú fueron beneficiados por la creación de dos flamantes universidades la de México y la de San Marcos de Lima.
En el siglo XVII aparecieron, con sólo tres años de diferencia, tres nuevos centros de esta clase: las Universidades de Córdoba, en Argentina (1621), la de San Javier, en Bogotá (1622) y la de Chacras, en Sucre, Bolivia (1624).
Ya por estas fechas la colonización inglesa había comenzado a desarrollarse en la parte septentrional del Nuevo Continente y, en 1636, se crea la célebre Universidad de Harvard en la ciudad de Cambridge, actual Estado de Massachusetts (U.S.A.).
El siglo XVIII vio la fundación en la América inglesa de la conocida Universidad de Yale en la pequeña ciudad de New Haven, Estado de Connecticut. En la América española se establecieron la de Caracas en 1721 y la de la Habana en 1728.
Como podemos ver, la fundación de lo que después había de ser nuestra Universidad Nacional fue tardía. En sus comienzos, al igual que en toda las otras Universidades fundadas por los españoles, su claustro estaba formado por clérigos exclusivamente. La materia más importante que se impartía era la Teología, las asignaturas de Ciencias brillaban por su ausencia y sólo tardía y tímidamente fueron haciendo su aparición. La filosofía vigente era la vieja y desprestigiada escolástica medieval. La pedagogía se caracterizaba por ser formulista, dogmática y libresca. Contra esos males se pronunciaron tempranamente algunos claros talentos cubanos como el padre José Agustín Caballero (1762-1835) y una figura algo olvidada pero digna de nuestra mayor admiración y respeto. Nos referimos Félix Varela (1787-1853), que no sólo fue “el primero que nos enseñó a pensar” —como dijera Luz y Caballero— sino fue también el primero que percibió claramente y, en abierta disparidad con la burguesía criolla de la época las contradicciones insalvables que existían entre Cuba y España, por lo que fue también el primero en proclamar la necesidad de la independencia total de nuestra patria. En ese empeño, que duró cien años, hizo brillante papel la juventud universitaria cubana. La Universidad de la Habana puede por eso mostrar con orgullo una gloriosa nomina de héroes y mártires. Nuestra joven Universidad (1947) tiene también una serie de radiantes figuras heroicas, que encabeza el nombre del inolvidable Frank País.
No fue sin embargo, la vieja Universidad habanera el primer centro cultural de alto nivel que funcionara en Cuba. Desde años antes se había fundado, aquí en nuestro Santiago, el Seminario de San Basilio el Magno, que fue por largos años el único centro donde la juventud santiaguera, aún los que no aspiraban a ordenarse sacerdotes, podía acudir a superar en algo su nivel de instrucción. Fue por eso grave error de algún edil poco enterado el cambiarle su nombre a la calle de San Basilio, ya que en ésta no se intentaba honrar al viejo santo griego, sino guardar un sencillo recuerdo de que allí estuvo por algún tiempo el único faro, que con tímida luz alumbraba la oscuridad de la noche colonial cubana. El pueblo, con certero instinto, sigue llamando a esa calle santiaguera con el nombre que llevaba y que debería seguir llevando: San Basilio.

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