Ballet Nacional de Cuba: un sueño en el Caribe

Por: Toni Piñera

Cuba es un archipiélago que danza, porque aquí todo se baila, y se baila muy bien

Un sueño grande, convertido en realidad: la creación, en la pequeña Isla del Caribe, de una compañía de ballet clásico, se celebra cada año el 28 de octubre. Da marcha atrás el calendario que se detiene ese día del décimo mes, en 1948 y emergen, en el recuerdo, la trilogía de los convencidos fundadores: Alicia, Fernando y Alberto Alonso, bailarines cubanos, alumnos de la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro Arte Musical, y hasta miembros del Ballet Theater de Nueva York.

Ellos iban a ser los fundadores de lo que sería la primera compañía profesional de ballet de Cuba. Empeño, sueño, quimera, proeza que no pocos obstáculos encontraría por el camino de los años 40 y 50. Muchas páginas que hablan del espíritu de lucha y los deseos de hacer de Alicia y su compañía (Ballet Alicia Alonso hoy Ballet Nacional de Cuba).

En los albores de 1959, el arte del ballet recibió el apoyo material y espiritual del joven Gobierno revolucionario para alcanzar anhelados objetivos históricos. La suerte estaba echada. Inspirada en la mundialmente célebre prima ballerina assoluta Alicia Alonso –cuyo centenario celebramos en este año 2020- y surgida sobre la base de la antigua tradición de la danza clásica, desde el Renacimiento a las vanguardias del siglo XX, la escuela cubana de ballet -la más joven de las aparecidas en los últimos siglos de danza-, ha forjado una peculiar manifestación teatral, permeada por las culturas hispana y afro que nutren las raíces caribeñas de su nacionalidad.

El sueño de Alicia y los fundadores del BNC se hizo realidad: llevar el ballet a las raíces del pueblo, hacer de su arte un hecho masivo. Por el mundo, la agrupación ha dejado su huella de cubanía por Europa, América Latina y el Caribe, Estados Unidos. Asia y África; las presentaciones de sus figuras en las más variadas compañías internacionales, y la obtención de muchas medallas en reconocidos concursos. maîtres, profesores, ensayadores…, dejan cotidianamente sus marcas en la danza por cualquier lugar. Como parte de ese proceso artístico surgió, hacia 1960 el Festival Internacional de Ballet de La Habana, que cada dos años acerca aquí, lo mejor del arte danzario internacional.

¡Setenta y dos años! Los tres fundadores de esa idea, aunque no están físicamente ya con nosotros, ley de la vida, renacen cada día, cual auroras, que inspiran desde todos los ángulos de la danza: como bailarines, maestros, coreógrafos, ensayadores, amantes fervientes de esta manifestación que nació con el mismo hombre. Pero también como padres, progenitores, creadores de algo grande, Patrimonio de nuestra pequeña Isla del Caribe. Por eso, por el esfuerzo que ha costado construirlo, por el amor que brotó de esta idea y la forjó con músculos de acero, material del que están hechos los danzantes, nada ni nadie puede opacar, menos, borrar una Historia.

Todos y cada uno de los que han acompañado esta compañía a lo largo de su historia de 72 años, son ladrillos, puntales de esta construcción, dondequiera que estén. Porque, quiérase o no, están amalgamados a una trayectoria en la que dejaron huellas, donde nacieron al arte aportando un pequeño grano de arena a esta verdad que costó mucho sacrificio levantarla.

Cuba es una Isla que danza, porque aquí todo se baila, y muy bien. No hablemos de lo popular, del folclor, lo español, lo contemporáneo y desde los años 40 del pasado siglo, también lo clásico. Nadie podía imaginar que más de siete décadas después seguiría fructificada en miles y miles de espíritus inquietos, que desandan los escenarios de Cuba y del mundo, con el sello de la escuela cubana de ballet. Todo ello trajo consigo otro elemento casi surreal, otro premio.

El aplauso del público, en Cuba es un inmenso jurado que también emite su veredicto, porque en su gran mayoría se ha educado con esta obra, es todo un pueblo que danza. Escuchemos, pues, los aplausos como música extraordinaria. Ese es el mejor lauro. Aplaudamos, pues, todos, al Ballet Nacional de Cuba, a sus fundadores –esos hombres y mujeres que con su alma y mucho amor sembraron la semilla de un sueño impensable en el Caribe-, a los que continuaron y aun hoy siguen haciendo la Historia sobre las tablas. También a los que se acercan a Cuba para beber de esa agua, que transformada en movimiento/danza, nos satisface como algo tan cercano como el espléndido mar que baila al compás de las olas con todos nosotros.

Tomado de Granma

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