Por: MsC. Ángel Taboada Salmerón
“Allí, en Boca de Dos Ríos, y de esa manera gloriosa, murió José Martí. A esa gran altura se elevó para no descender jamás, porque su memoria está santificada por la historia y por el amor, no solamente de sus conciudadanos, sino de la América toda también.” Gral. Máximo Gómez
Los cubanos tenemos el privilegio de pertenecer a un pueblo que tiene en el conocimiento de su historia fuente de inspiración y compromiso para acometer la transformación del presente. Llevamos ese sentir con la misma actitud y heroicidad de aquellos patriotas que nos legaron el amor por la libertad y el sentido del deber.
Con su carga de espiritualidad y de eticidad, el pensamiento de José Martí continúa en nuestros días con una vigencia sorprendente para hacer frente a los colosales desafíos que el siglo XXI plantea para las actuales y venideras generaciones.
Se ha repetido muchas veces y con justa razón, que en la cultura de Martí armonizan tres elementos claves que cuando marchan divorciados lesionan el sentido ético más profundo en la vida de un hombre. Esos tres elementos son el amor, la inteligencia y el valor.
Muchas han sido las interrogantes sobre lo acontecido aquel domingo 19 de mayo de 1895, en que Cuba se vio privada del más genial y universal de sus hijos. Quizás las más capciosas de todas estas interrogantes relacionadas con la fecha sean estas:
¿Por qué Martí no acató la indicación imperativa de Gómez de retirarse del escenario del combate?
¿Buscó Martí la muerte de manera consciente?
Decía Martí que “la muerte engrandece cuanto se acerca a ella; y jamás vuelven a ser enteramente pequeños los que la han desafiado.”
El historiador Rolando Rodríguez en una obra de obligada consulta para todo martiano verdadero, Dos Ríos a caballo y con el sol en la frente, interpreta en su justa medida el decir del Apóstol: “…en aquella hora había montado porque después podría sentarse a continuar el debate con los hombres que sabían montar, y había avanzado porque consideraba que una vez en medio de la batalla ya no era la palabra sino el ejemplo el que debía movilizar. Sería su demostración de que, como aquellos se volvía capaz de arrastrar la muerte.”
Existen varias frases de Martí expurgadas de sus escritos que han sido tomadas por algunos historiadores, para construir una tesis filo suicida, que trata de dar respuesta a esas interrogantes.
En la carta a Federico Enríquez y Carvajal, el 25 de marzo de 1895 Martí sentenció: “Para mí ya es hora”. Es atinado aclarar que esta frase está muy ligada a las diferencias de criterios con los Generales Gómez y Maceo, en lo relacionado con el criterio de ambos de que el lugar del Delegado del Partido Revolucionario Cubano no era precisamente la manigua.
Los que sostienen la tesis del sacrificio buscado, no tienen en cuenta que el Apóstol le había afirmado a Enríquez y Carvajal: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella en vez de acabar.” Luego añadió: “…hay que hacer viable e inexpugnable la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor (…)”
El decir de Martí constituye una prueba concluyente de que su actuación en el escenario bélico obedeció, sin lugar a dudas, a una orientación ética que no lo abandonó ni en las más comprometidas de las circunstancias.
Consideramos además que esa orientación ética no podía ser traicionada. Se debe recordar que el día anterior a su caída, el Apóstol dejó claro para Cuba y para todo el continente un compromiso ineludible, pero también inaplazable: “… impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.”
¿Tendría cabida una inmolación provocada? ¿Renunciaría Martí a una responsabilidad histórica de la cual tenía plena conciencia? Por supuesto que no.
Sépase que en Santo Domingo cuando quisieron privarlo del legítimo derecho, que como cubano y patriota íntegro tenía de incorporarse al campo de batalla, se opuso tenazmente. Además, en La Mejorana, cuando trataron de persuadirlo que de que su puesto estaba en el exterior, anunció apasionada y vehementemente que no abandonaría la redentora manigua sin antes haber presenciado uno o dos combates.
Tampoco puede soslayarse su palabra enardecedora poco antes de salir a combatir: “La Revolución triunfará por la abnegación y el valor de Cuba, por su capacidad de sacrificio y decoro de modo que el sacrificio no parezca inútil, ni el decoro de un solo cubano quede lastimado.”
Pero si todo esto no bastase para comprender el viril proceder del Héroe de Dos Ríos, existe otro dato que hace insostenible la opción de un suicidio: un hombre de la ética de Martí, jamás hubiera convidado Ángel de la Guardia, a un joven, a casi un adolescente al sacrificio, lo hubiera hecho él solo.
El General en Jefe del Ejército Libertador, su compañero de la guerra evocaría así en 1902 el dramático suceso: “Pero llegó un momento para Cuba en que Martí debía completarse y se completó, y he aquí donde yo lo he visto grande y hermoso y donde muy pocos tuvieron la ocasión de contemplarlo, consumando el mayor de los sacrificios: franco, sencillo y resuelto, y sin que pudiese esperar, halagado, el aplauso: porque en la guerra todo es duro y escueto. Frente a la muerte no se puede mentir, hasta allí no se puede llegar sino desnudo de ficciones.”
Yo vi a José Martí_ ¡oh, qué día aquel! _ erguido y hermoso en su caballo de batalla en Boca de Dos ríos, como un venado, jinete rodeado de aquellos bravos soldados que nos recuerda la historia, cubiertos de gloria en las pampas de Venezuela.”
En La Nación, de buenos Aires, el poeta nicaragüense Rubén Darío escribió consternado: “¡O Maestro, que has hecho!” y señaló en exaltada apología: “El cubano era un hombre. Más aún: era como debería ser el verdadero superhombre: grande y viril, poseído del secreto de su excelencia, en comunión con Dios y con la naturaleza.”
Sin embargo, Rubén Darío no pudo valorar que en Martí, en primer lugar estaba el patriota íntegro, el revolucionario comprometido, y el antiimperialista más radical de su tiempo, y que fiel a sus inmaculados principios éticos, no vaciló en enfrentar a caballo, y revolver en mano a las huestes enemigas, como probanza inequívoca de una sentencia que no podía ser traicionada: “La razón, si quiere guiar tiene que entrar en la caballería.”
Se corrobora una vez más, cuánta razón le asistió a Raúl Roa, cuando en una de sus memorables conferencias en la Universidad de La Habana afirmaría que escribir o hablar sobre Martí lo podía cualquiera, pero lo que ya no podía cualquiera, era vivir como propia, la vida de sacrificios, de abnegación y de coraje que vivió José Martí.
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