Por: Frank Josué Solar Cabrales
La revolución cubana viene de una historia de más de un siglo de luchas de su pueblo por la liberación nacional y por la justicia social. Ese proceso de luchas fue demostrando la imposibilidad de realizar una revolución de liberación nacional que no se planteara como tarea inmediata la ruptura con el sistema capitalista, que creaba las dependencias al imperialismo norteamericano. El paso a una economía planificada y socialista vino como una necesidad del devenir histórico cubano: tanto para lograr la independencia de Cuba, su realización plena como nación soberana, como para alcanzar la emancipación social y acabar con la explotación y la miseria. Por eso la cubana fue una revolución socialista de liberación nacional.
Sólo la expropiación del imperialismo y de los capitalistas cubanos permitió el avance de la revolución después de 1959. Esta era precisamente la lección más importante que podía deducirse de la experiencia viva: sin una economía nacionalizada y planificada, la revolución cubana nunca podría haber alcanzado sus extraordinarias conquistas sociales y la instauración de un nuevo modo de vida más justo y humano. La llamada burguesía nacional en Cuba había sido incapaz de jugar un papel progresista, y lo mismo era aplicable al resto del continente. Por eso afirmaba Fidel en los años 60: «Hoy para el mundo subdesarrollado el socialismo es condición del desarrollo.»
A
su modo, en sentido inverso, las experiencias latinoamericanas conducen
a la misma conclusión. El capitalismo ha fracasado en América Latina.
Lo denota no sólo la situación actual, también los modelos económicos
que uno tras otro se han ensayado a lo largo de décadas y no han hecho
más que acentuar la dependencia y el subdesarrollo. Incluso las
experiencias de desarrollo nacionalista autónomo que pretendieron romper
los nexos con los imperialismos centrales se hallaron con la
imposibilidad real de hacer viable su proyecto y al final resultaron
fallidas o se les hizo fracasar. El sino y el destino manifiesto del
capitalismo americano es la dependencia; y el desarrollo es incompatible
con la dependencia. Precisamente durante décadas se pensó que las
reminiscencias feudales y las atrasadas estructuras latinoamericanas
eran la causa de nuestro subdesarrollo. Entonces, sólo bastaba con
industrializar, modernizar la economía, implementar los avances
tecnológicos para alcanzar los niveles del Primer Mundo. Pero el
desarrollismo latinoamericano no solamente no dio los resultados
esperados sino que empeoró y complejizó aún más la situación. Para
explicar el desastre surgía en la década de los 60 en nuestras
universidades la Teoría de la Dependencia, que planteaba la
imposibilidad de un desarrollo capitalista autónomo en los países de
América Latina, y señalaba la dependencia como el principal obstáculo al
crecimiento latinoamericano.
La revolución cubana nació siendo una
herejía en el concierto de una izquierda oficial pro soviética cuyo
planteamiento era la coexistencia pacífica y que en buena medida había
abandonado el camino de la revolución. Otra teoría reaccionaria del
dogmatismo soviético fue la de la revolución por etapas, según la cual
las sociedades atrasadas del Tercer Mundo, que estarían todavía en el
feudalismo, debían pasar primero por el capitalismo antes de llegar al
socialismo. Por tanto, les correspondía realizar revoluciones
democrático-burguesas y cumplir tareas de liberación nacional y
desarrollo económico capitalista antes de pensar siquiera en el
socialismo. A los revolucionarios y sectores populares les tocaba
entonces apoyar a las burguesías nacionales en sus objetivos
progresistas.
Frente al reformismo y el etapismo, siempre cogidos de
la mano, la revolución cubana defendía una alternativa socialista. A
partir de la teoría de la dependencia, del desarrollo desigual y
combinado, de las características de la dominación imperialista, y de su
propia experiencia práctica, la herejía cubana se resumía en este punto
en la siguiente afirmación del Che: «las burguesías autóctonas han
perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la
tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que
hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución».
El
nacionalismo nunca existe en abstracto, siempre tiene un contenido de
clase. Hay varios proyectos de nación para Cuba, de distinto signo.
Algunos de ellos mutuamente excluyentes. La restauración capitalista más
peligrosa podría venir a caballo de un discurso dizque revolucionario
que hablara de mantener todas nuestras conquistas sociales, pero dejando
de ser testarudos en materia económica, modernizarnos, adaptarnos a lo
que hay, aceptar lo inevitable, abrirnos al mundo y al mercado con todas
sus fuerzas, contradicciones y consecuencias. La guinda del pastel de
semejante línea argumentativa sería la reconciliación nacional, la idea
de que todos somos cubanos, que basta ya de pelearnos entre nosotros,
que podemos ser capaces de construir un proyecto de país en el que
quepamos todos, poniéndonos de acuerdo pacíficamente, en una sociedad
plural donde no falte nadie. Claro, con libertad de empresa. Una nación
construida sobre esas bases sólo serviría para disfrazar la dominación
de élites económicas poderosas, nuevas y viejas. La contrarrevolución
burguesa tiene un diseño de futuro radicalmente distinto al nuestro, y
es imposible hacerlos coincidir. La Revolución deberá seguir siendo con
todos y para el bien de todos, pero manteniendo el poder en manos de la
mayoría trabajadora y defendiéndose de quienes pretendan derrocarla.
Como diría Mella: “¡Cuba Libre!…. para los trabajadores”.
El socialismo al que aspiramos, aquí y en todo el mundo, es uno de libertad, igualdad y desarrollo pleno, que apunte a una sociedad de trabajadores libres asociados, donde el libre desenvolvimiento de cada uno sea la condición para el libre desenvolvimiento de todos, donde el poder y la propiedad pertenezcan a todos. Un mundo nuevo, sin César ni burgués.
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