Por: Elier Ramírez Cañedo
En Discurso de Intensidad, un extraordinario ensayo de Cintio Vitier, se señala –citando a Lezama Lima- que “la capacidad histórica de un país no se debe a su extensión sino a su intensidad”. ¿Cómo una pequeña Isla del Caribe, desconocida por millones de personas en el mundo antes de 1959, ha alcanzado un relieve internacional tan sobresaliente, convirtiéndose en un país de gran prestigio e influencia? Muchas de las respuestas a esta pregunta conducen a Fidel Castro, mayor inspirador y artífice de la obra de la Revolución Cubana.
Fidel proyectó con gran intensidad a Cuba en el mundo, pero ello no ocurrió de la noche a la mañana, sino que, con el acompañamiento heroico del pueblo cubano y la solidaridad mundial, tuvo que labrar ese camino a contracorriente de las más poderosas fuerzas desplegadas por el imperialismo estadounidense por evitarlo. Cuba, además de enfrentar el cerco económico, las acciones terroristas, los sabotajes, la invasión mercenaria por Bahía de Cochinos en 1961, las bandas armadas y muchas otras formas de agresión, tuvo que superar el aislamiento diplomático impuesto por Estados Unidos.
En 1958, bajo la dictadura de Fulgencio Batista, la Isla sostenía relaciones con algo más de 50 países en todo el mundo. Para 1964, bajo las presiones y amenazas yanquis, todos los países de la región –excepto México-, habían roto relaciones diplomáticas con la Mayor de las Antillas. Sin embargo, ya a inicios de la década del 70 esa situación había comenzado a revertirse hasta llegar al momento actual en que se mantienen vínculos diplomáticos con 197 países e instituciones internacionales. En el exterior Cuba posee 128 embajadas y misiones permanentes y 20 consulados.
Fue Estados Unidos el que, al paso del tiempo, fue quedando cada vez más aislado en el acompañamiento a su política agresiva contra la nación cubana y, por si fuera poco, año tras año sufre su mayor derrota diplomática en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas cuando el mundo –prácticamente en su totalidad-, se manifiesta en contra de las sanciones económicas impuestas por Washington a La Habana. En cada victoria de Cuba en el escenario internacional ha estado la impronta de Fidel, quien con su excepcional conducción convirtió a la diplomacia cubana en una de las más activas y exitosas de todo el orbe.
I
Fidel comenzó a interesarse por los acontecimientos internacionales desde muy joven. Siguió de cerca todo lo concerniente a la Guerra Civil Española, también conoció en profundidad las grandes batallas militares y políticas de la Segunda Guerra Mundial y la reconfiguración del orbe que esta provocó. Su afición por la historia de Cuba y Universal, así como su propia experiencia dentro del contexto que se vivía en la Isla, le hicieron ir creándose una visión del mundo y, al propio tiempo, asumir a una posición rebelde frente al mismo, rebeldía que adquirió cause revolucionario una vez que encontró brújula ética y antiimperialista en el pensamiento martiano y, más tarde, en las ideas de Marx, Engels y Lenin.
De ahí en adelante, sobre todo a partir de su ingreso a la Universidad de La Habana en 1945, no solo se dedicó a interpretar la realidad circundante, sino a transformarla. Así comenzó su lucha revolucionaria contra los gobiernos corruptos de la época y por un cambio que liberara a la Isla de la sumisión yanqui. Pero su disputa antiimperialista trascendería la geografía cubana, extendiéndose fundamentalmente hacia la región de América Latina y el Caribe.
En su etapa universitaria Fidel integró el comité Pro Independencia de Puerto Rico, el comité Pro democracia dominicana, participó en 1947 en la frustrada expedición de Cayo Confites contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y en los sucesos conocidos como el Bogotazo, donde compartió su destino con el pueblo colombiano que enfrentaba a las fuerzas reaccionarias que habían asesinado al líder popular Jorge Eliécer Gaitán.
“Yo en ese momento –recuerda Fidel-, tengo un pensamiento internacionalista y me pongo a razonar y digo: “Bueno el pueblo aquí es igual que el pueblo de Cuba, el pueblo es el mismo en todas partes, este es un pueblo oprimido, un pueblo explotado” –yo tenía que persuadirme a mí mismo, y digo-: “Le han asesinado al dirigente principal, esta sublevación es absolutamente justa, yo voy a morir aquí, pero me quedo”. Tomé la decisión sabiendo que aquello era un disparate militar, que aquella gente estaba perdida, que yo estaba solo, que no era el pueblo cubano, que era el pueblo colombiano, y razoné que los pueblos eran iguales en todas partes, que su causa era justa y que mi deber era quedarme y me quedé toda la noche, esperando el ataque hasta el amanecer”.
Asimismo, ya desde aquella época Fidel se había pronunciado a favor del derecho de los panameños a la soberanía sobre el canal interoceánico y el de los argentinos sobre las Islas Malvinas.
Durante su histórico alegato conocido como La Historia me Absolverá en 1953, donde defendió el programa político que guiaría el proceso revolucionario, también dejó constancia de su compromiso con los pueblos latinoamericanos y caribeños:
“[…] la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del continente y que los perseguidos políticos de las sangrientas tiranías que oprimen a las naciones hermanas, encontrarían en la Patria de Martí, no como hoy, persecución, hambre y traición, sino asilo generoso, hermandad y pan. Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo”.
Y es que, para Fidel, desde su vocación bolivariana y martiana, la Revolución Cubana debía ser apenas el comienzo de una revolución más profunda, la que debía ocurrir en toda América Latina y el Caribe.
Luego del triunfo del 1ro de enero de 1959 se acrecentaría ese compromiso solidario con las causas de los países del Tercer Mundo, incluyendo África y Asia y los oprimidos y excluidos en cualquier punto geográfico del planeta, tanto en el Norte como en el Sur. Jamás Fidel traicionó estos ideales y principios internacionalistas. Para el líder cubano no podía concebirse la política sin ética y ese fue una idea que practicó consecuentemente también en la arena internacional.
En diversas circunstancias el gobierno de los Estados Unidos pretendió negociar con Cuba estos principios o condicionó la posible mejoría de las relaciones entre ambos países a cambio de que la Isla se retractara de apoyar a los movimientos de liberación en América Latina, Centroamérica o África, retirara sus misiones internacionalistas de Angola y Etiopía, redujera o rompiera sus vínculos con la URSS, desistiera de apoyar la causa independentista de Puerto Rico y muchas otras exigencias, solo para estrellarse una y otra vez contra la dignidad de Cuba y Fidel.
“Por lo visto, en la mentalidad de los dirigentes de Estados Unidos –expresaría Fidel-, el precio de una mejoría de las relaciones, o de relaciones comerciales o económicas, es renunciar a los principios de la Revolución. ¡Y nosotros no renunciaremos jamás a nuestra solidaridad con Puerto Rico! (…) Ahora ya no es Puerto Rico solo, ahora es también Angola. Siempre, en todo el proceso revolucionario, nosotros hemos llevado a cabo una política de solidaridad con el movimiento revolucionario africano”.
Sobre el apoyo de Cuba a la causa independentista de Puerto Rico dos años después añadiría:
“….cuando se fundó el Partido Revolucionario Cubano, se fundó para la independencia de Cuba y de Puerto Rico. Tenemos vínculos históricos, morales y espirituales sagrados con Puerto Rico Y les hemos dicho (se refiere a las autoridades estadounidenses): mientras haya un puertorriqueño que defienda la idea de la independencia, mientras haya uno, tenemos el deber moral y político de apoyar la idea de la independencia de Puerto Rico. (…) y se lo hemos dicho muy claro, que ese es un problema de principios, ¡y con los principios nosotros no negociamos!”.
De la posibilidad del retiro de las tropas cubanas de África a cambio de relaciones normales con los Estados Unidos, Fidel fue categórico:”La solidaridad de Cuba con los pueblos de África no se negocia!”
Esta posición ética de Fidel, en un mundo caracterizado mayormente por el egoísmo, el chovinismo, los nacionalismos estrechos y el oportunismo político, sigue siendo uno de los paradigmas más importantes que legó a la humanidad en el campo de las relaciones internacionales.
Por supuesto que los líderes del norte, desde su histórica conducta aritmética, no podían entender o asimilar esta posición de Cuba. Algunos, como el secretario de Estado, Henry Kissinger, solo veían una supuesta exigencia soviética como explicación de la decisión de Fidel de enviar miles de hombres a combatir en un continente tan lejano como África. Sin embargo, con el paso del tiempo, el propio Kissinger tuvo que reconocer en sus memorias que se había equivocado y señalar que Fidel “era tal vez el líder revolucionario en el poder más genuino de aquellos momentos”.
Desde la segunda mitad de los años 70 y durante toda la década de los 80 no fueron pocos los informes de inteligencia y los análisis que mostraban que Cuba estaba en África por su idealismo internacionalista, dispuesta a hacerlo incluso sin el respaldo de la URSS. “Los cubanos no son marioneta de nadie”, le escribió Robert Pastor, asistente para América en el Consejo de Seguridad Nacional, a Zbiniew Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional de Jimmy Carter, el 19 de julio de 1979. Los analistas de la CIA por su parte señalaban que Fidel le concedía particular importancia al mantenimiento de una política exterior de principios. “La política cubana –agregaban- no está exenta de contradicciones (…) No obstante, en cuestiones de fundamental importancia tales como el derecho y el deber de Cuba de apoyar a los movimientos revolucionarios nacionalistas y a los gobiernos amigos del Tercer Mundo, Castro no hace concesiones respecto a los principios por conveniencia económica o política”.
Sin embargo, el mito de una Cuba satélite de la Unión Soviética en África y otras partes del mundo fue alimentado por el gobierno estadounidense. Lo cierto es que el involucramiento de la Isla en las luchas del Tercer Mundo fue una herejía no solo para los Estados Unidos, sino también frente a la propia URSS y a su manera de entender el mundo y el papel del campo socialista en él, visiones en las que hubo convergencias, pero del mismo modo no pocas divergencias.
En la política exterior cubana y en las relaciones bilaterales con Estados Unidos y los países capitalistas occidentales, el líder cubano aportó su capacidad para la flexibilidad táctica, el diálogo y la posibilidad de cooperación, sobre la base del respeto mutuo, pero en las cuestiones de dignidad y libertad, era “espinudo, como un erizo, y recto, como un pino. Más allá de la confrontación con los distintos gobiernos de Estados Unidos, al pueblo estadounidense expresó siempre su respeto y solidaridad y logró inculcar esos sentimientos al pueblo cubano. Fidel fue un antiimperialista convencido, pero jamás antiestadounidense.
II
Desde el punto de vista de la praxis revolucionaria el primer aporte de Fidel al mundo y a las relaciones internacionales fue la propia Revolución Cubana. El proceso cubano, totalmente autóctono, constituyó un parteaguas en la historia del continente. Al asumir de inmediato un cambio real y profundo en favor de la justicia social, el triunfo y sobrevivencia de la Revolución se convirtió en un desafío e ejemplo inadmisible para la hegemonía de Estados Unidos en lo que consideraba su “traspatio seguro”.
La idea de que sí era posible romper las cadenas del neocolonialismo, que era posible liberarse de la subordinación y del orden establecido por los centros del poder e intentar un camino propio, totalmente independiente y soberano, tanto desde el punto de vista doméstico como en política exterior, constituyó también una de las mayores herejías del siglo XX en el escenario internacional, sobre todo, teniendo en cuenta el papel que estaba destinado a la Mayor de las Antillas dentro del orden mundial establecido, a las puertas mismas de la potencia líder del sistema capitalista. Fidel tuvo entonces no solo que enfrentarse y vencer a la dictadura de Fulgencio Batista apoyada por Washington, sino también a las teorías y supuestas verdades inobjetables, que fundamentaban la idea del fatalismo geográfico y el “imposible histórico” de una Revolución verdadera en la Isla.
La resistencia y logros de Cuba, en seis décadas de Revolución, a pesar de la hostilidad permanente de los distintos gobiernos de Estados Unidos, en su desesperación por destruir el “mal ejemplo” cubano, ha abierto una brecha de esperanza e inspiración para todos los que luchan por cambiar el “desorden mundial” existente. Fidel hizo de Cuba faro y guía para los que luchan en cualquier parte del mundo por la justicia y total liberación humana.
Sus legados, tanto en ideas como en la praxis revolucionaria, trascienden las fronteras de la Isla. Podemos encontrarlo con mucha fuerza en África, “la causa más bonita de la humanidad”, al decir de Fidel. No en balde, en julio de 1991, Nelson Mandela visitó La Habana y rindió sentido homenaje a la colosal y hermosa epopeya cubana de solidaridad con los pueblos de África: “Hemos venido aquí”, dijo, “con el sentimiento de la gran deuda que hemos contraído con el pueblo de Cuba. ¿Qué otro país tiene una historia de mayor altruismo que la que Cuba puso de manifiesto en sus relaciones con África”.
También en América Latina y el Caribe el papel de Fidel y Cuba ha sido muy destacado en la puja por el nacimiento de un mundo nuevo, diferente y superior al existente. Con avances y retrocesos, la historia del continente nunca será igual después del paso victorioso de Fidel Castro y la Revolución Cubana. El rasguño en la piedra de la dominación yanqui continúa abierto y resulta inexorable su profundización. Luego del triunfo cubano, las luchas y experiencias revolucionarias se multiplicarían al sur del continente, ejemplo de ello sería la que encabezaría Salvador Allende en Chile , el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua en 1979 y, con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela en 1999, la llama redentora alcanzaría una fuerza inusitada.
La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) fueron parte de las principales creaciones y alternativas integracionistas de esa nueva época, sin la presencia y control de Estados Unidos, donde estuvo también la contribución notable del Comandante en Jefe, como había estado antes en la creación del Foro de Sao Pablo, la Red de Artistas, Intelectuales y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad y en la derrota del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), iniciativa propuesta por el gobierno estadounidense para afianzar su dominio económico y político en la región.
Lo mismo pudiera decirse de lo que significó Fidel y la Revolución Cubana en la historia contemporánea del continente asiático. Sobresale en ese sentido la relación con Viet Nam, país al que Fidel y el pueblo cubano brindaron ayuda en momentos cruciales de su lucha por la total liberación enfrentado a la criminal agresión estadounidense. Fidel Castro sería el primer y único Jefe de Estado que visitara Quang Tri en septiembre de 1973, zona liberada del Sur, en plena guerra, allí en gesto de especial simbolismo alzó la bandera del frente de liberación junto a los combatientes vietnamitas.
“Y en el pensamiento del Che y de los que con él cayeron gloriosamente en Bolivia –expresaría Fidel el 3 de junio de 1969-, entre sus motivaciones, estaba ocupando un lugar importante el sentimiento de solidaridad hacia el pueblo de Viet Nam. De manera que al caer no cayeron solo luchando por la libertad de los pueblos de América: ¡Cayeron también, derramaron su sangre también por la causa del heroico pueblo de Viet Nam”.
III
Tanto para amigos como para no pocos de sus adversarios Fidel es recordado como uno de los estadistas mundiales más destacados de la historia, muchas veces profético sobre problemáticas globales que, más allá de ideologías y sistemas políticos, conciernen a toda la humanidad, como pasajeros todos que somos de un mismo barco.
“Luchamos por los más sagrados derechos de los países pobres –destacaba Fidel-; pero estamos luchando también por la salvación de ese Primer Mundo, incapaz de preservar la existencia de la especie humana, de gobernarse a sí mismo en medio de sus contradicciones y egoístas intereses, y mucho menos de gobernar al mundo, cuya dirección debe ser democrática y compartida; estamos luchando –casi puede demostrarse matemáticamente- por preservar la vida en nuestra planeta”.
En el marco de las Naciones Unidas, en el Movimiento de Países No Alineados, Cumbres Iberoamericanas y otras reuniones de relevancia internacional, Fidel alzó su voz para denunciar o abordar temas como: la paz; el desarme nuclear y armamentístico; el sistema capitalista e imperialista, así como el colonialismo cultural que este genera; la lucha contra la desigualdad, la discriminación, el hambre y la miseria; el irrespeto al derecho internacional y a la Carta de las Naciones Unidas; la defensa del medio ambiente y la supervivencia de la especie humana; los derechos humanos y su manipulación política; la defensa de los pueblos originarios, sus identidades y culturas; el robo de cerebros; la injusta e impagable deuda externa de los países de América Latina y el Caribe; el neoliberalismo, como expresión del capitalismo salvaje; la necesaria integración de América Latina y el Caribe; la defensa del multilateralismo y la necesidad de democratizar el sistema de Naciones Unidas; entre muchos otros. Sus ideas sobre estos tópicos poseen total vigencia y se convierten hoy en banderas de lucha, sobre todo, cuando vemos la vertiginosa agudización de muchas de las problemáticas que están poniendo en riesgo la sobrevivencia misma de la especia humana y, sobre las que, en una y otra vez, llamó la atención el Comandante, convocando a un cambio urgente de paradigma civilizatorio, donde realmente se colocara al ser humano en el centro de todos los procesos.
Precisamente cuando escribo estas líneas cientos de países están sufriendo, en medio de brutales rebrotes, los efectos del coronavirus, una terrible pandemia que ha cobrado ya la vida de más de un millón de seres humanos. En este contexto, el sistema capitalista ha mostrado nuevamente –aunque de forma más descarnada- su incapacidad para proteger y salvar vidas, en especial de los más vulnerables y desposeídos. Mientras eso ocurre, nuevamente nuestra pequeña isla, como ya lo había hecho anteriormente en la lucha contra el virus del ébola en África y el cólera en Haití, vuelve a sacudir la espiritualidad de todo el orbe, con su solidaridad y humanismo. Hasta la fecha, 52 brigadas del Contingente “Henry Reeve” han colaborado en el combate a la pandemia en 39 países.
Nuestros héroes de batas blancas han partido de forma voluntaria, comprometida y valiente, a enfrentar esta terrible enfermedad en defensa del más elemental derecho humano a la vida. No creo exagerar si señalo que, sin pretenderlo, han escrito ya otra de las más hermosas páginas de altruismo de las últimas décadas en el mundo, para orgullo de su patria y pueblo.
Creo no podría haber hoy un monumento más hermoso a la memoria de Fidel Castro –a cuatro años de su partida física-, principal impulsor de lo solidaridad e internacionalismo cubano; homenaje que se multiplica a través del heroico ejemplo de sacrificio, fidelidad, disciplina, amor y entrega que ha caracterizado al pueblo cubano y a la dirección de la Revolución, al enfrentar la compleja situación interna impuesta por la COVID-19, la crisis económica internacional y la más intensa guerra económica que se recuerde en las últimas décadas, desatada por la actual administración estadounidense contra la Isla.
Sin duda, Fidel sigue y seguirá viviendo en cada victoria del pueblo cubano, así como en ese espíritu rebelde y optimista que, a la hora de enfrentar cada obstáculo, caracteriza a nuestra gente.
Tomado de CUBADEBATE
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