Palabras de la Dra.C. Taydis García Mallet en la entrega de la Distinción “Por la Educación Cubana”

Buen día a todos, estimadas y estimados aquí presentes:

En esta mañana se me ha concedido el alto compromiso de poner en palabras y en este estrado, el sentir de todos los que hoy reciben el merecimiento por tantos años de labor dedicada a la formación de los pinos nuevos. Particularmente con la Distinción por la Educación Cubana, se honran poco más de 20 años, esos que dice Gardel no son nada, pero que valga insistir, son casi  una vida.

Y es que para muchos de los que este día recibimos la Distinción, la Universidad ha sido escuela, ha sido nuestro día a día y nuestra modesta contribución a la forja de hombres. Afirmar esto último pudiera parecer petulante y jactancioso pero en lo más profundo es este nuestro cometido.

Ellos, nuestros discípulos, llegan expectantes, inseguros, deseosos, con el paso apresurado y la mirada aún de infante; llegan queriendo beberse el mundo pero sin saber la ruta.

Nosotros, en cada alto en el camino le ofrecemos sostén y vehículo. Allí, tras cada peldaño, le acompañamos: en las aulas, desde la pizarra y entre ellos; en la casa de los libros, extendiéndole la sabiduría y la palabra ajena; en los edificios, donde le abrimos la puerta y damos asiento o cobija; en cada objeto (silla, lápiz, recurso) que prestos acondicionamos para auxiliarles; en los escenarios donde cultivan la creación y el alma; en cada bocado que como sustento le damos. Todos les educamos en los diferentes recintos por donde su paso es visible, cada uno desde nuestras misiones, pero sobretodo desde esta vocación sensible y entregada.

Decía Martí que lo más difícil es hacer hombres. ¿Qué hicieron si no, Félix Varela, José de la Luz y Caballero, José Martí, Frank País, Fidel Castro Ruz? No basta con enseñar fórmulas, preceptos, métodos, teorías, no basta con enseñarles a hacer, sino que también se precisa enseñarles cómo hacer desde el carácter, desde la postura humana, cívica,  desde la visión no ególatra sino de entrega y servicio a los demás, a la nación. Estoy segura, en este auditorio, no pocos lo hacen, cual ¨silenciosos fundadores¨, moldeando inteligencias y espíritus para la Patria, para el tiempo futuro.

Así lo hicieron tantos y tantos en esta Universidad. Su huella silenciosa pervive en menor o mayor medida. Los hay cuyo nombre resuena aún  en las paredes desde los tiempos: Adolfina Cossío, Soto del Rey, Pedro Cañas Abril, Francisco Prat Puig; los hay sentados todavía, afortunadamente, junto a nosotros, memorias vivas que continúan acompañándonos. Honor a ellos que fueron y siguen siendo ejemplo de magisterio. Pero honor también a Betsy, a Mirtha, a Ana Ibis, quienes custodiaron nuestros libros en la Biblioteca, con estirpe de maestras, de educadoras. Sirva esta evocación no sólo para reconocer a esos educadores que dejaron sus nombres, sino también para reconocer a todos los que parecerían  anónimos e igual han quedado en nosotros. Ese antes cuenta en la hoja de vida de la Universidad, además en la nuestra que hoy se reconoce. Su legado está en nosotros como seguirá estando en la Universidad de Oriente.

Pensar que alrededor de veinte años de dedicación se honran hoy, también me provoca pensar en una generación que se fraguó en los duros años de Período Especial, de la mano de aquellos maestros. No puedo sustraerme de advertir cómo los jóvenes de entonces, discípulos de ese tiempo infausto, son hoy educadores de bien, gestores de juventud y protagonistas todos, desde múltiples escenarios de nuestra institución ya adulta. Asusta, y mucho, pensar que actos como este, advierten del paso del tiempo, al que todos queremos dar la espalda. Pero marchamos con él; marchamos con ellos, nuestros amados discípulos.

De amados discípulos, de amor, es imposible no hablar. Si me permiten por un momento detenerme en una anécdota personal, confieso que siendo adolescente, ante la pregunta qué estudiaría, rotundamente negaba a la familia la mínima posibilidad de estudiar para maestra. Enseñar, decía, no era mi aspiración. Mas el camino se fue haciendo, desde mi gran y primera vocación por las letras. Sin embargo,  ya hace muchos años también confieso, a mis colegas, el gozo que resulta de mi entrada a un aula, especialmente las aulas de los más jóvenes. Es ese espacio del día que me revitaliza, no importa si las contrariedades de la cotidianidad me han asaltado, si el día es gris o parece no acabar. Entre ellos encuentro sosiego, fuerzas, poesía  e inspiración. En ellos me realizo y reconstruyo día a día, exigiéndome más, creciendo yo también junto a ellos. ¿Cómo entonces no hablar de amor? El magisterio es eso: pasión y amor. Sé que gracias a la pasión y el amor, quienes hoy recibimos la condecoración, seguimos aquí, dando lo mejor que podamos dar a esos hombres y mujeres en ciernes, a ese futuro.

Hace unos años escuchando con sobrecogimiento las palabras del Dr. Eusebio Leal Spengler, a propósito de la clausura del Congreso Universidad, caló en mí su evocación al maestro José de la Luz y Caballero, cuando parafraseaba ¨Tengamos al maestro y tendremos a Cuba¨. Qué profunda, que certera y preocupante frase. Qué responsabilidad, compromiso y riesgo. Es cierto, la estirpe del maestro funda y refunda naciones, porque en su voz, en su pensamiento, en su actuar, se encuentra la llave, se trazan los caminos de las generaciones, esas que en su devenir han de ser escudo y han de ser espada de la nación.

¡Felicidades educadores!

Muchas gracias.

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