Por: MS.c Angel Taboada Salmerón
El Martí que yo quiero, no es el del 28 de enero, ni el del 19 de mayo, ese Martí ya existe por un determinismo cronológico. Yo quiero a un Martí a mitad del aula, como quería Raúl Ferrer; un Martí contemporáneo y compañero como lo vio Carlos Rafael; quiero a un Martí caminando por las calles, inspirando el respeto de todos y enalteciendo las virtudes de quienes verdaderamente lo merezcan.
Yo quiero a un Martí en cualquier esquina, dando aliento a los que luchan día a día frente a la adversidad de las escaseses y censurando la codicia de los que engordan sus bolsillos a costa de los menos favorecidos y vulnerables. Yo quiero a un Martí incluyendo en sus versos, sencillos pero apasionados, a aquellos que se les ha enlutado el alma por los seres queridos que se han marchado.
El Martí que yo quiero, anhelo verlo sentado en un parque corrigiendo amoroso y sentencioso a los depredadores de la virtud y a los escépticos, un Martí que proteja a mis hijos y nietos del egoísmo, un Martí que les enseñe la estrella que ilumina y mata, un Martí que les convide a transitar por el bando de los que aman y fundan y no por el de los que odian y deshacen.
El Martí que yo quiero, capaz de convencer a todos de que “Patria es ara y no pedestal”, un Martí cuyas razones sigan guiando al frente de la caballería. Yo quiero al Martí que redimió Fidel aquel 26 de julio de 1953 cuando la Patria sangraba por el tirano miserable que la oprimía, el Martí que soñó a su pueblo culto para que fuera libre.
El Martí que yo quiero, es ese que nos enseñó que el odio y el rencor son antídotos solo contra los que pretenden arrancarnos la Patria, porque antes de cejar en el empeño de hacerla libre y próspera, antes se unirían el mar del norte y el mar del sur. El Martí que yo quiero, capaz de hacerle comprender a muchos que la libertad fue pagada, no regalada, y que deviene en compromiso ineludible seguir empujando al país para hacerlo próspero, aun frente a la embestida del imperio y sus acólitos.
El Martí que yo quiero, es y seguirá siendo ese que reencarnó Fidel, al que todos los días tenemos que volver para que Cuba siga siendo rebelde, para que el verde olivo y mi bandera, esa que no ha sido jamás mercenaria, abriguen mis esperanzas en medio de la tormenta generada por el odio y los vientos del norte.
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