Madre Mariana, en el corazón de Cuba

Por: MS.c Angel Taboada Salmerón

Mariana Grajales tiene por derecho propio un sitio en el alma de la Patria. José Martí conoció a la venerable anciana en su exilio en Jamaica, donde murió el 28 de noviembre de 1893.

No existe mejor manera de rendirle homenaje en el aniversario 207 de su natalicio  que reproducir las dos semblanzas que José Martí —a partir de vivencias propias o trasmitidas por otras voces— escribió de ella.  Las dos aparecieron en el periódico “Patria”; la primera, el 12 de diciembre de 1893 y la segunda, el 6 de enero de 1894.

Mariana Maceo

Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuego inextinguible, en la mirada y en el rostro todo, cuando se hablaba de las glorias de ayer, y de las esperanzas de hoy, vio Patria, hace poco tiempo, a la mujer de ochenta y cinco años que su pueblo entero, de ricos y de pobres, de arrogantes y de humildes, de hijos de amo y de hijos de siervo, ha seguido a la tumba, a la tumba en tierra extraña. Murió en Jamaica el 27 de noviembre, Mariana Maceo.

“Los cubanos todos, dice una carta a Patria, acudieron al entierro, porque no hay corazón de Cuba que deje de sentir todo lo que debe a esa viejita querida, a esa viejita que le acariciaba a usted las manos con tanta ternura. La mente se le iba ya del mucho vivir, pero de vez en cuando se iluminaba aquel rostro enérgico, como si diera en él un rayo de sol; ¡no era así antes, cuando nos veía como olvidados de Cuba!: recuerdo que cuando se hablaba de la guerra en los tiempos en que parecía que no la volveríamos a hacer, se levantaba bruscamente, y se iba a pensar, sola: ¡y ella, tan buena, nos miraba como con rencor! muchas veces, si me hubiera olvidado de mi deber de hombre, habría vuelto a él con el ejemplo de aquella mujer. Su marido y dos hijos murieron peleando por Cuba, y todos sabemos que de los pechos de ella bebieron Antonio y José Maceo las cualidades que los colocaron a la vanguardia de los defensores de nuestras libertades”. Así escribe de Mariana Maceo, con pluma reverente, un hombre de antiguo e ilustre apellido cubano.

Por compasión a las almas de poca virtud, que se enojan y padecen del mérito de que no son capaces, y por el decoro de la grandeza más bella, en el silencio, sujetaremos aquí el elogio de la admirable mujer, hasta que el corazón, turbado hoy en la servidumbre, pueda, en la patria que ella no vio libre, dar con el relato de su vida, una página nueva a la epopeya. ¿Su marido, cuando caía por el honor de Cuba no la tuvo al lado? ¿No estuvo ella de pie, en la guerra entera, rodeada de sus hijos? ¿No animaba a sus compatriotas a pelear, y luego, cubanos o españoles, curaba a los heridos? ¿No fue, sangrándole los pies, por aquellas veredas, detrás de la camilla de su hijo moribundo, hecha de ramas de árbol? ¡Y si alguno temblaba, cuando iba a venirle al frente el enemigo de su país, veía a la madre de Maceo con su pañuelo a la cabeza, y se le acababa el temblor! ¿No vio a su hijo levantarse de la camilla adonde perecía de cinco heridas, y con una mano sobre las entrañas deshechas y la otra en la victoria, echar monte abajo, con su escolta de agonía, a sus doscientos perseguidores? Y amaba, como los mejores de su vida, los tiempos de hambre y sed, en que cada hombre que llegaba a su puerta de yaguas, podía traerle la noticia de la muerte de uno de sus hijos. ¡Cómo, la última vez que la vio Patria contaba, arrebatando las palabras, los años de la guerra! Ella quería que la visita se llevase alguna cosa de sus manos; ella lo envolvía con mirada sin fin; ella lo acompañaba hasta la puerta misma, -premio más grato por cierto, el del cariño de aquella madre de héroes que cuantos huecos y mentirosos pudiese gozar en una sociedad vil o callosa la vanidad humana! Patria en la corona que deja en la tumba de Mariana Maceo, pone una palabra: -¡Madre!

La Madre de los Maceo

¿Qué, sino la unidad del alma cubana, hecha en la guerra, explica la ternura unánime y respetuosa, y los acentos de indudable emoción y gratitud, con que cuantos tienen pluma y corazón han dado cuenta de la muerte de Mariana Grajales, la madre de nuestros Maceo? ¿Que había en esa mujer, que epopeya y misterio había en esa humilde mujer, que santidad y unción hubo en su seno de madre, que decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto? Así queda en la historia, sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones que pelearon por su país, criando a sus nietos para que pelearan.

O mejor será pintarla como la recuerda, en un día muy triste de la guerra, un hombre que estuvo en ella los diez años, y es sagaz y leal, y tiene fe en ella: ¿qué todo ha de ser descuajo, y gente nula y destructiva? Fue un día en que traían a Antonio Maceo herido: le habían pasado de un balazo el pecho: lo traían en andas, sin mirada, y con el color de la muerte. Las mujeres todas, que eran muchas, se echaron a llorar, una contra la pared, otra de rodillas, junto al moribundo, otra en un rincón, hundido el rostro en los brazos. Y la madre, con el pañuelo a la cabeza, como quien espanta pollos echaba del bohío a aquella gente llorona: “¡Fuera, fuera faldas de aquí! ¡no aguanto lágrimas! Traigan a Brioso.” Y a Marcos, el hijo, que era un rapaz aun, se lo encontró en una de las vueltas: “¡Y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento!”

Hoy, en el aniversario 207 de su natalicio, los hijos de esta tierra eternamente indómita, reconocemos a Mariana Grajales como la Madre de la Patria. Su ejemplo sublime acompaña la intransigencia de los mambises de nuestro tiempo que defienden y salvan con estoicismo e hidalguía la Cuba que ella tanto amó y a la que consagró su vida y la de su familia.

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