Por: Ms.C. Angel Taboada Salmerón.
Nadie pone en duda que las redes sociales se han convertido en el principal medio para acceder, “bendita o malditamente”, a las noticias en internet. Los consumidores de las informaciones pueden compartir, con personas afines o no, las informaciones y los artículos de opinión que le agraden y desencadenar lo que hoy algunos llaman una cascada informativa incontenible y desproporcionada.
La definición que ofrece Wikipedia nos dice que, “la noticia es un relato o escrito sobre un hecho actual y de interés público, difundido a través de los diversos medios de comunicación social (prensa, radio, televisión, internet, entre otros). Es la narración de los acontecimientos (novedosos) que interesan al mayor número de lectores con o sin conexión a dichos sucesos”.
Hoy se cuestiona si los directores de diarios y de los programas informativos de la radio y la televisión ejercen total control sobre la jerarquía y difusión de las noticias. Hay que considerar que estas llegan a los lectores a través de unos algoritmos que las personalizan, y hacen que cada lector reciba, en primer lugar, las que se supone que le pueden interesar más. Estas, por supuesto, suelen ser las que convergen con sus ideas; lo que trae por consecuencia que en vez de ensancharse el espectro visual de los ciudadanos, esto les encierra en burbujas informativas que reafirman lo que piensan.
La era digital sentenció a muerte a la llamada verticalidad de la información, lo que ha hecho tambalearse la autoridad de los grandes medios de comunicación. Ahora se habla de una horizontalidad informativa; entendida como democratización del acceso a la información, puesto que los consumidores artillados con sus móviles y sus ordenadores portátiles, desafían el poder de los medios de comunicación. La fiabilidad de la información se vulnera y nos intoxicamos con una supuesta libertad de expresión, consecuencia de la distorsión.
En el pasado siglo, el dramaturgo y poeta alemán, Bertolt Brecht, dejó algunas consideraciones sobre el valor de decir la verdad, que a más de seis décadas recobran absoluta vigencia, en este mundo de hoy, dinámico, complejo y muy contradictorio. Leerlas y entenderlas resulta de gran utilidad.
El valor de escribir la verdad
Por: Bertol Brecht
Para mucha gente es evidente que el escritor deba escribir la verdad; es decir, no debe rechazarla ni ocultarla, ni deformarla. No debe doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los débiles. Pero es difícil resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los débiles. Incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, y renunciar al trabajo es renunciar al salario. Renunciar a la gloria de los poderosos significa frecuentemente renunciar a la gloria en general. Para todo ello se necesita mucho valor.
Cuando impera la represión más feroz gusta hablar de cosas grandes y nobles. Es entonces cuando se necesita valor para hablar de las cosas pequeñas y vulgares, como la alimentación y la vivienda de los obreros. Por doquier aparece la consigna: «No hay pasión más noble que el amor al sacrificio».
En lugar de entonar ditirambos sobre el campesino hay que hablar de máquinas y de abonos que facilitarían el trabajo que se ensalza. Cuando se clama por todas las antenas que el hombre inculto e ignorante es mejor que el hombre cultivado e instruido, hay que tener valor para plantearse el interrogante: ¿Mejor para quién? Cuando se habla de razas perfectas y razas imperfectas, el valor está en decir: ¿Es que el hambre, la ignorancia y la guerra no crean taras?
También se necesita valor para decir la verdad sobre sí mismo cuando se es un vencido. Muchos perseguidos pierden la facultad de reconocer sus errores, la persecución les parece la injusticia suprema; los verdugos persiguen, luego son malos; las víctimas se consideran perseguidas por su bondad. En realidad esa bondad ha sido vencida. Por consiguiente, era una bondad débil e impropia, una bondad incierta, pues no es justo pensar que la bondad implica la debilidad, como la lluvia la humedad. Decir que los buenos fueron vencidos no porque eran buenos sino porque eran débiles requiere cierto valor.
Escribir la verdad es luchar contra la mentira, pero la verdad no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues son estas las brechas por donde se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por su afición a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las cosas prácticas, reales, tangibles. No se necesita un gran valor para deplorar en general la maldad del mundo y el triunfo de la brutalidad, ni para anunciar con estruendo el triunfo del espíritu en países donde éste es todavía concebible. Muchos se creen apuntados por cañones cuando solamente gemelos de teatro se orientan hacia ellos. Formulan reclamaciones generales en un mundo de amigos inofensivos y reclaman una justicia general por la que no han combatido nunca. También reclaman una libertad general: la de seguir percibiendo su parte habitual del botín. En síntesis sólo admiten una verdad: la que les suena bien.
Pero si la verdad se presenta bajo una forma seca, en cifras y en hechos, y exige ser confirmada, ya no sabrán qué hacer. Tal verdad no les exalta. Del hombre veraz sólo tienen la apariencia. Su gran desgracia es que no conocen la verdad.
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