Por: Jeniffer Cebreco Cuenca (Estudiante de Periodismo)
“Eres contacto de un contacto de un positivo”. Esas palabras retumbaban en mi cabeza una y otra y otra vez.
En mi mente repasaba, minuto tras minuto, el tiempo que pasé a su lado como cuando te gusta mucho la escena de una película y le das al “rewind” varias veces. Quizás porque sentía que podría haber hecho cualquier cosa que me llevaría, indefectiblemente, al contagio.
Pensaba en todo lo que me podría haber puesto en peligro: esa mala manía de comerme las uñas, quitarme el nasobuco para comer, el bajármelo porque “tenía mucho calor” y sobre todo la pésima costumbre de rascarme la nariz cuando me pongo nerviosa.
Estaba en mis marcas, esperando el disparo que iniciaría la carrera para el centro de aislamiento: una llamada, una ambulancia, un médico… ¿quién vendría a recogerme?
Me imaginaba en aquel lugar: lejos de mi casa y de mi familia y aunque sabía que sería lo mejor, para no poner a más nadie en riesgo, estaba muy asustada.
Al final, me quedé dormida esperando a la “Cruz Roja” y cuando desperté, como siempre, revisé el móvil y tenía un mensaje que decía: “Dio positivo, seguro que hoy mismo te recogen”
Inmediatamente llamé. ¿De verdad? ¿Cuándo te dijeron eso?…esas fueron mis preguntas y mientras mi novio se moría de la risa yo no encontraba la gracia en semejante chiste. Y después de haberme “coloreado” con todos los matices pasado del arcoíris, inevitablemente, me senté y pensé: Al menos no me tengo que ir para ningún lugar, ¡qué alivio!
Lo peor de todo es que no me daba cuenta del verdadero problema: no era salir de la comodidad de mi casa ni pasarme unos días sin ver a mi familia o a mi novio ni tener que dejar de escribir; el problema era que podría haberme contagiado con una enfermedad que ha dejado un saldo de más de 525 muertes en el país, hasta la fecha.
Gracias a la providencia divina llegó la tan esperada llamada desde el Telecentro: Mi compañero de trabajo había resultado negativo. Creo que nunca había dado tantos saltos de alegría, tantos que dejé hablando sola a la jefa del informativo.
Ahora, te puedo asegurar, querido ciberlector, que todas esas costumbres que me pusieron en riesgo de contagio son irrepetibles para mí y aunque me sigo comiendo las uñas, al menos espero llegar a la casa y lavarme muy bien las manos para hacerlo.
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