EL caso es que este muchacho rosado y con cara de persona decente no acaba de entrar por el aro. Desde el diez de marzo no hace más que coger golpes y de qué manera. Pero él siempre igual: cada vez que la Universidad se tira a revolver la calle él es el primero de la primera fila. A uno le da algo de lástima, por lo menos al principio, pero ya es cuestión de ganarse los frijoles y no hay más remedio que descalabrarlo a toletazos a ver si algún día se arrepiente, se arrepiente o deja los sesos en medio de la escalinata.
Cuando matriculamos arquitectura nadie se imaginó que él podía interesarse tanto en la política, que se tomara la lucha tan a pecho como si se tratara de dar una carga al machete. Cierto que todavía andábamos por el curso 50-51 y Prío era el presidente y las cosas no se habían puesto realmente malas y uno ni soñaba con que antes de terminar la carrera tendría que pegarle fuego a la lata. Pero riño el cuartelazo y luego el día de la muerte de Rubén y todos lo vimos actuar sonriente y sereno, con aquella valentía sencilla, sin un comino de fanfarronería y que se hacía notar poco a poco. Con todo y eso para muchos resultó inexplicable que saliera electo delegado de Escuela. En realidad no tenía tipo de líder ni hablaba gordo como el elemento de bronce. Tampoco bastaba que fuera antibatistiano porque en la Universidad eso lo era todo el mundo. El hecho es que cada vez tenía más amigos, se ganaba a la gente enseguida con su simpatía luminosa, con su valor a toda prueba.
Cuando llegaron los carnavales, tuvo la ocurrencia de meterse a desfilar en un carro junto con Fructuoso y Carbó Serviá. Al pasar frente al palco de la presidencia se agacharon de repente y se levantaron enarbolando carteles y regando montones de proclamas contra el gobierno. A todos nos cogió de sorpresa y se formó un lío tremendo. Pero al fin los agarramos y en la Tercera Estación les dimos la gran paliza. Con decir que estuvieron sin moverse casi una semana.
Lo que nos sorprendió hasta a los de su curso fue que saliera presidente de la FEU. En pleno año 54 todavía allí se politiqueaba un poco. Los candidatos hacían valer amistades influyentes, conexiones con gánster y maneras de procurarse hombres seguros y cajones llenos de armas. Si todavía en aquel año se podía vivir del cuento, se podía gritar abajo Batista y muerte al imperialismo yanqui y en resumen no arriesgar el pellejo. Claro que toda esa gente se le agrupó en contra, se rumoraba se rumoraba que no lo iban a dejar entrar en el local y que patatín y que patatán, pero José Antonio fue y ganó las elecciones. Las ganó porque en el fondo todos sabíamos que con él al frente iban a suceder cosas.
El trece de febrero recibimos la confidencia de que los estudiantes tramaban algo, que de algún modo querían conmemorar la muerte de Rubén Batista. Bloqueamos la Universidad con todo lo que teníamos: perseguidoras, altoparlantes, motocicletas y hasta carros de bomberos. Nos iba en juego la honra si lograban sacar una manifestación. Cuando los vimos bajar con las coronas de dalias y gladiolos nos dimos cuenta de sus intenciones: tratarían de llegar hasta el sitio donde había caído Rubén Batista. Aquello fue el acabose: una batalla de tiros, palos, piedras y mangueras. En un final hicimos bastante buen papel aunque él pudo llegar. Llegó hasta la placa y allí rodó por el pavimento.
En el 55 lo reelegimos como presidente: había estado preso en el Príncipe y en San Severino y había viajado a Costa Rica para denunciar la agresión que planeaba Somoza y de paso ver si conseguía algunas armas. Pero para mí lo principal que hizo por ese tiempo fue reunirnos a todos junto a él, todos los que creíamos que la única salida era la lucha armada. Nadie recordaba que otro dirigente fuera como él: nunca se apoyó en grupos ni en facciones. Le daba igual que uno fuera de la juventud socialista o católica, lo único que contaba era la decisión de acabar con Batista. A finales de año organizó el Directorio Estudiantil, clandestinamente porque aún había delegados que creían en formulas pacificadoras. Pero ya había llegado el momento de plantearse las cosas en grande, de sacar la rebeldía a la calle, fuera de la Universidad, de buscar la solidaridad internacional, de ponerse de acuerdo con los campesinos y con los obreros para extender la pelea.
Ahora anda por el extranjero. Dicen que en México ha firmado un pacto con Fidel Castro para tumbar al gobierno. Después se ha ido hasta Ceylán con el pretexto de un congreso de estudiantes. Seguro que se queda por allá. Seguro que se ha cansado de recibir candela.
Cuando José Antonio regresa tiene que vivir en secreto: la policía sabe que la lucha es a muerte y ya no nos da cuartel. Se planea la operación de Palacio y a él le toca dirigir el asalto a Radio Reloj en acción sincronizada.
Yo no estaba en la perseguidora pero se como fue la cosa. Ellos regresaban a la Universidad por la calle Ele, venían en automóvil después de hablar por Radio Reloj. Al vernos bajar por 27 de Noviembre, él saltó del carro y se nos echó encima a tiro limpio. Entonces un socio mio abrió la puerta y le disparó desde abajo. Así fue como acabó.
Ahora que los tiempos y las cosas han cambiado tanto, se hace difícil pensar en lo que éramos, en lo que nos hizo ser José Antonio. Creo que éramos un puñado de jóvenes con poca preparación política, pero con la sensibilidad para sentirnos insultados por el diez de marzo, también alumbrados por la gloria del Moncada. Veníamos de las ciudades de la Isla, de familias blancas de la clase media porque entonces pocos campesinos y negros podían mandar sus hijos a estudiar. Admirábamos a Mella sin asustarnos del comunismo, admirábamos a Guiteras sin asustarnos del antiimperialismo. Amábamos el estudio de la historia y conocíamos lo que había ocurrido en el 98 y en el 33, leíamos con fruición a Martí y a Pablo de la Torriente Brau, a Rubén Martínez Villena y sin saber muy bien por qué, la poesía de García Lorca. Creíamos ciegamente en la eficacia insuperable de la lucha urbana: la manifestación callejera, el niple de dinamita, el atentado personal y justiciero. También creíamos en Dios; después de todo era una tradición. Deseábamos por sobre todas las cosas el fin de Batista y de la injerencia americana, buscábamos desesperadamente nuestra nacionalidad aunque mascábamos chicles y estábamos al corriente de la vida de Mantle y de Musial. Hablábamos con frecuencia de estatalización y de reforma agraria. Eso sí, no éramos marxistas. Eso lo aprendimos después. Pero éramos valientes. Ahí está José Antonio.
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Materiales como este sirven para re-construir la memoria histórica universitaria que tanta falta nos hace. Al igual que Mella, Frank, Pepito, Pena, Fructuoso, entre otros, José Antonio constituye un paradigma del estudiantado revolucionario cubano. Sin embargo, se requiere divulgar y reflexionar más en las aristas múltiples de su pensamiento radical democrático-revolucionario antimperialista y socialista, sobre todo en los tiempos que corren