60 años de verdadera cultura cubana (II)

En la cultura cubana la década del 60 significó un periodo de cambios y adaptaciones, de encuentros y desencuentros, pero de útil diálogo y efervescencia artística. De igual manera, ya descrito en una primera parte de este trabajo, se trazaron los principios y la política cultural a seguir.


Las décadas posteriores, dígase los 70, 80 y 90, marcadas por el contexto, cada una tuvo sus características distintivas.


Los años 70, luego de unos 60 tan ricos en ideas y creaciones, fue un período en que la actividad intelectual parece detenerse dramáticamente. La circulación de revistas y periódicos extranjeros escasea, y los estantes de las librerías van vaciándose. La producción artística se vuelve mucho más uniforme, son los años de la llegada del realismo socialista soviético.


Cabe destacar el boom literario en el género de contraespionaje, patrocinado por el Ministerio del Interior, novelas que se publicaron en extensos tirajes llegando a alcanzar cierta popularidad. Novelas como Y si muero mañana (1978), de Luis Rogelio Nogueras, se mueven en las polaridades morales de la solidaridad, el martirologio, el idealismo, el amor concretados en el espía cubano y, el individualismo, el materialismo, la tecnificación y la traición que caracteriza a los agentes de la CIA y a los cubanos exiliados en Estados Unidos.


En 1971 el escritor cubano Roberto Fernández Retamar publica su emblemático ensayo-manifiesto Calibán, en la revista Casa de las Américas. Su texto, legitimado a la luz de las nuevas políticas culturales, supone una respuesta contundente a las polémicas, que hacía más de una década llevaban políticos, intelectuales y artistas tras el derrocamiento del régimen de Batista. ¿Cuál debía ser la identidad nacional de la Cuba revolucionaria? Y, por sobre todo, ¿cuál era el rol que la nueva sociedad cubana demandaba de los intelectuales? Al recoger estas preocupaciones, Fernández Retamar inscribe simbólicamente las bases programáticas de la cultura nacional y del quehacer intelectual. Surge en esa época el intenso debate público y legitimado como el quinquenio gris.


La propuesta de Fernández Retamar va a ser recogida por el cine cubano en esa misma década de los 70, es el caso de una serie de filmes que abordan la figura histórica del cimarrón. Se dirigen varios documentales, Sergio Giral produce su trilogía del tema en El otro Francisco (1973), Rancheador (1975) y Maluala (1979); y Tomás Gutiérrez Alea dirige La última cena (1976).
Por esa fecha fueron creados organismos como el Instituto Nacional de Etnología y Folklore y el Conjunto Folklórico Nacional. Se muestra una cultura que incluía y se preocupaba por los temas raciales y por mantener las tradiciones afrocubanas. Un ejemplo claro de ello fue el asumir la celebración anual del carnaval, transformado de suceso religioso en acontecimiento secular.


El lado más oscuro de la época, años más tarde reconocido como un error y rectificado, se centró en el tratamiento a los artistas que tocaban temas religiosos y de orientación sexual. Ya en 1965 se habían creado los campos disciplinarios de la Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP), los cuales tenían por objetivo la rehabilitación de los homosexuales. Aunque la UMAP fue prontamente desmantelada y en las propias palabras de Fidel Castro Ruz se ofreció disculpas públicas, la verdad es que la política de discriminación homosexual marcó la década y quedó en la historia.


En la cultura, llegaron los 80, y con ello un proceso de rectificación dirigido a una reorientación política alejada de los modelos soviéticos, los cuales no habían resultado muy eficientes. La creación del Ministerio de Cultura (1976) comenzó a operar un cambio significativo orientado a las propias raíces del cubano. Pintores, escritores, teatristas y hasta cineastas y bailarines optan por una creación cultural que se comprometía, otra vez, con la función estética del arte. Las artes plásticas cubanas se permitieron un mayor experimentalismo estético al tiempo que el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica ICAIC produjo filmes distanciados de las narrativas épicas y más conectados con la realidad cotidiana.


El filme Lejanía (1985) de Jesús Díaz, se propone la exploración del tema del exilio bajo una mirada más compleja, aproximando la línea divisora entre los que se fueron y los que se quedaron. Con un tono poético, la película aborda el trauma afectivo de una familia dividida por el exilio. La década de los ochenta también ha sido interpretada como el período de gestación de una nueva generación de artistas e intelectuales nacida bajo la revolución, que florecería finalmente en la década de los noventa.


Fresa y chocolate (1993) de Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, llega en los noventa, este concretiza un cambio radical en el escenario cultural. Criticada por su supuesto tono “comprensivo” y “displicente” al abordar el tema de la intolerancia sexual y estética durante el quinquenio gris, sin embargo la realización de la película supuso una clara señal de apertura para las nuevas generaciones intelectuales. Presenta los reclamos y las posibilidades del arte cubano de los 90, bien distantes del romanticismo de los 60, la propuesta de un pensamiento ideológico extranjero de los 70, y la rectificación y críticas de los 80.


Desagravio complaciente o significativa autocrítica, lo cierto es que este filme forma parte de un conjunto de obras que marcaron una década de producción reflexiva. Tal libertad crítica se produjo paradójicamente en uno de los peores momentos económicos y políticos, el conocido como: periodo especial. El encarecimiento de recursos durante este período alcanzó también a la industria cultural. La situación se hizo insostenible para un significativo número de intelectuales que hasta entonces había apoyado el proceso revolucionario. Se produjo el éxodo de personalidades como el historiador Manuel Moreno Fraginals, el novelista y cineasta Jesús Díaz, el pintor Tomás Sánchez, el músico Arturo Sandoval y el periodista Norberto Fuentes entre otros.


En este entonces, muchas publicaciones y obras se empiezan a comercializar directamente en el exterior del país. Los filmes Madagascar (1994), La vida es silbar (1998) y Suite Habana (2003) de Fernando Pérez y, Lista de espera (2002) de Tabío; así como las novelas Pasado perfecto (1991) de Leonardo Padura, Tuyo es el reino (1997) de Abilio Estévez, Muerte de nadie de Arturo Arango (2003) y los sórdidos cuentos que componen la Trilogía sucia de La Habana (1998) de Pedro Juan Gutiérrez, son apenas algunos ejemplos de la excelente producción artística de esos años. Por una parte la crisis de los 90 fue muy triste pero posibilitó así un riquísimo florecimiento cultural. Vendedoras ambulantes, borrachos, escritores fracasados, adolescentes desorientados, prostitutas, amas de casa, madres sobrevivientes, homosexuales, funcionarios corruptos, detectives empobrecidos son los nuevos personajes que se presentan en las obras de ese tiempo.


La experiencia cultural cubana en 60 años es muy rica, pasando por altos y bajos, con profunda muestra de creatividad y amor por la patria; de deseos de hacer y mostrar los talentos infinitos de un gremio que ha sabido acompañar y defender a la revolución. La cultura cubana es auténtica como la revolución misma. Quien desee adentrase en la historia de la cultura cubana, tendrá ante sí la oportunidad de conocer sus raíces y orígenes.

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