La vacunación a nuestros infantes, contra la COVID-19, constituye una agradable noticia. Nuestro país es el primero del mundo en suministrar inmunógenos a las primeras edades. Esto conlleva, también, a elevar el índice de personas inmunizadas.
Aunque es cierta la alta cifra de contagios en niños, de manera paulatina, disminuirán los pacientes en estado grave o crítico, incluso fallecidos. Pero no debemos confiarnos y dejar que la vacuna resuelva problemas inherentes al comportamiento humano.
La persistencia de grandes cantidades de infantes jugando en las calles puede dificultar el impacto del trabajo de nuestros científicos; la exposición al virus sigue siendo un peligro. La familia, entonces, se convierte en el principal sitio, en el que es necesario generar conductas acordes con estos tiempos.
Disciplina, lavado de manos, uso del nasobuco, y distanciamiento social se conjugan con una efectiva vacunación; no obstante a que los pequeños hayan sido inmunizados, como prueba de la confianza de los padres en nuestras vacunas. Queda asi patente que el esfuerzo y desvelo de los científicos, empieza a dar sus frutos.
Es preciso consolidar esos resultados con actos de responsabilidad y respeto a las medidas establecidas por las autoridades sanitarias. Lograr que los niños lleven “tatuada” en sus brazos “la fuerza de un país”, metafóricamente hablando, abre nuevos caminos a un futuro menos engorroso y más exuberante y feliz para todos.
Algunos “príncipes enanos” lloraban y otros, con usual inocencia, exigían la vacunación como un juego, porque quizás es su manera de entender este mundo pandémico. Hubo infantes que miraban la aguja como si fuera un “bicho”, sin embargo, no pocos sentían que algo bueno “pinchaba su alma”, para salvarles la vida.
Hagamos que los niños vean este contexto como uno que, afortunadamente algún día, llegará a su fin. Las vacunas cubanas, con ayuda de la responsabilidad y el cumplimiento de las medidas sanitarias, pueden contribuir sobremanera a este objetivo.
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