Los profesionales de la salud y los científicos de todo el mundo han lidiado, en estos últimos meses, con el enorme reto que representa la pandemia de la COVID-19. Se han puesto a prueba las capacidades de los sistemas sanitarios en materia de diagnóstico, tratamiento y seguimiento de los pacientes.
A pesar de los estudios y la gran investigación (en tiempo record y sin descanso alguno) que han desatado los científicos, aún son muchas las interrogantes que surgen acerca del SARS-CoV-2. Cada día se complejiza más el hecho de poder reconocer el tratamiento adecuado para cada paciente, debido a la escalonada aparición de nuevas cepas.
Sobre algunas de las certezas que se tienen de este patógeno, altamente transmisible, el doctor Narciso Argelio Jiménez Pérez, especialista en Medicina Interna, Intensiva y Emergencia, e infectólogo del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), ofreció algunas declaraciones, disponibles desde el mes de julio del 2021 en la página oficial del Ministerio de Salud Pública de Cuba.
Luego de tantos meses, diagnosticar un paciente de COVID-19 por sus manifestaciones clínicas, resulta complicado, porque el resto de las enfermedades no han dejado de existir y en este contexto de pandemia hay síntomas distinguibles, pero otros son muy comunes.
No obstante, si se piensa solo en manifestaciones respiratorias, se dejarían de diagnosticar muchos casos, porque hay personas que solo manifiestan mareos y diarrea antes de la fiebre; mientras que otros pueden tener escalofríos, dolor de garganta o lesiones en la piel.
Estas últimas aparecen en momentos diferentes de la evolución de la enfermedad, a partir de varios patrones.
Una investigación realizada en el IPK –para medir el impacto del coronavirus en egresados de la Institución– evidenció que el 47 por ciento de los pacientes tuvieron un patrón maculopapular (conocido como rash y parecido al del dengue) que puede aparecer hasta tres semanas después de la infección.
Existe otro patrón que surge de manera más temprana y simula la varicela, aunque se diferencia en que todas las lesiones son del mismo tamaño. También están los habones urticarianos (como si estuvieran intoxicados) y lesiones violáceas en la piel ovasculitis, las cuales pueden resultar indistinguibles debido a las múltiples causas de la inflamación de los vasos pequeños.
El SARS-CoV-2 es un virus sistémico. Está demostrado que el SARS-CoV-2 está presente en muchos órganos. Las manifestaciones respiratorias son más comunes al ser el aparato respiratorio la puerta de entrada al organismo, aunque existen receptores en todos los sistemas por los cuales entra a la célula y se une a ella.
A pesar de que más del 80 por ciento de los infectados eliminan el virus de su organismo, muchos llegan a la convalecencia manteniendo síntomas de la enfermedad y secuelas, tanto neurológicas, pulmonares, cardiovasculares, renales y psicológicas que pueden extenderse durante seis meses o por más de un año.
Es común que, luego de enfermar por Covid-19, el paciente asuma una mayor percepción del riesgo. Las vivencias experimentadas conllevan a tener mayor cuidado. Aún así se ha detectado cierto desconocimiento en la población, pues hay quienes manifiestan la idea de que, por haber enfermado previamente, quedan inmunes al virus por un periodo de tiempo. Esto significaría que no pueden reinfectarse, tristemente esto no es verdad. La posibilidad de reinfectarse, incluso en un breve periodo de tiempo es real; la circulación de varias cepas condiciona la existencia o no de vulnerabilidad.
El doctor Narciso Argelio Jiménez Pérez explica que:
Los convalecientes no son inmunes. Existen evidencias científicas de que las personas recuperadas pueden reinfectarse, riesgo que aumenta con la aparición de nuevas variantes genéticas. A partir del seguimiento a los convalecientes se ha evidenciado que muchos no desarrollan anticuerpos frente al virus; sin embargo tienen respuesta de memoria de linfocitos B y T, que, de ponerse en contacto con él, se reactiva la respuesta de anticuerpos.
El SARS-CoV-2 ha cambiado. En el país hay un empeoramiento en cuanto a la incidencia de la enfermedad; lo que hace que aumenten los casos graves, críticos y los fallecidos. En este incremento influye la presencia de las variantes Beta y Delta, que son más transmisibles y provocan cuadros más graves de la enfermedad; lo que pudiera explicar los fallecimientos de personas jóvenes y sin comorbilidades.
Las mutaciones son modificaciones que realiza el virus para mejorar su eficacia al adherirse al receptor e infectar a un mayor número de células, por lo que las personas tienen más carga viral y eso incrementa la probabilidad de una evolución menos favorable.
Aunque la variante puede ser muy virulenta, si se cumple con el uso correcto de la mascarilla sanitaria y las medidas higiénicas y de distanciamiento, es más difícil que se propague porque existen barreras de contención. Por lo general, las personas ven en el otro la responsabilidad del cuidado y eso es algo que nos corresponde a todos.
La evolución de los pacientes también se ha modificado.
La COVID-19 es una enfermedad viral que funciona por fases, es decir, tiene una primera semana que se conoce como de replicación viral o infección temprana y luego viene otra semana donde aparece la neumonía, las complicaciones y la gravedad.
Teníamos marcado que alrededor de los ocho días las personas infectadas, que iban a presentar una peor evolución, comenzaban con disnea, saturación de oxígeno, además de los síntomas habituales. Para los 10 días se trasladaban a terapia intensiva con una respuesta inflamatoria exacerbada y a las 48 horas iniciaban con ventilación mecánica. Sin embargo, ese orden cronológico se ha modificado.
Hemos tenido pacientes que al día 13 o 14 –cuando se supone que el organismo realizó la seroconversión al desarrollar anticuerpos contra el virus–transitan hacia formas graves de manera tardía, por lo que no tienen un comportamiento igual y el virus se replicó más en ellos, de ahí que su evolución sea menos favorable.
La detección temprana y el estado clínico de los pacientes marcan la diferencia.
Nosotros no tratamos un PCR (Reacción en la Cadena de la Polimerasa), sino a una persona, esa es la prueba confirmatoria por excelencia y forma parte de los exámenes complementarios; pero lo fundamental es el pensamiento médico y las evidencias clínicas y epidemiológicas de COVID-19, más cuando se trata de contactos de casos confirmados.
Es determinante acudir a las instituciones de salud ante cualquier síntoma, y es que en el desarrollo de una enfermedad infecciosa influyen muchos factores: el agente, el estado de la persona, sus comorbilidades y las circunstancias ambientales y socioeconómicas que ubican a los pacientes en una posición de ventaja o desventaja.
Asimismo, estas condicionantes repercuten en la posibilidad de una recaída, al evidenciarse mejoría y luego volver al punto inicial –proceso que ocurre con otras enfermedades como el paludismo–; también puede ocurrir una recrudescencia al mantenerse en un punto medio y después empeorar, además de la mencionada reinfección con el SARS-CoV-2.
En Cuba, único país latinoamericano con inmunógenos propios, ya han completado el esquema de vacunación con las 3 dosis, un gran por ciento de la población, que incluye niños y ancianos. De igual manera, sigue existiendo la necesidad de protegernos con las mascarillas y realizar la desinfección puntual de las zonas que tocamos.
La responsabilidad está en nuestras manos, debemos seguir cuidándonos ante las realidades de la Covid-19.
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