Armando Hart: “Seré fiel hasta el último segundo de mi vida a los ideales revolucionarios que siempre me inspiró y me alentó la Universidad de Oriente”

Discurso pronunciado por el Dr. Armando Hart Dávalos en el Acto en que le fue otorgado el Título de Doctor Honoris Causa en Derecho por la Universidad de Oriente, en el Salón de la Ciudad de Santiago de Cuba, el 17 de febrero del año 2000.

Lo primero que llegó a mi mente cuando recibí la información acerca de este inmenso honor que la generosidad de ustedes me otorga fue el recuerdo imperecedero de mis padres. Ellos hicieron del culto al derecho y a la ética el corazón de la educación familiar.

Otra evocación que animó mi espíritu fue el de las relaciones que he mantenido con Santiago de Cuba durante 50 años, las cuales he revitalizado en cada época con mayor fuerza y riqueza. Hoy que me conceden este honor, adquiere renovada vigencia mi entrañable cariño y respeto por la Ciudad Héroe.

En los umbrales de la juventud, cuando salía de la adolescencia, mi familia se mudó a Santiago de Cuba y aquí comencé a conocer directamente el calor humano de la ciudad y a tomarle un cariño entrañable. Luego nos trasladamos para la capital y tras graduarme de abogado y el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, comencé a hacer gestiones para laborar como profesor en esta Universidad, ya fuera en Derecho Constitucional o Filosofía del Derecho, lo que me permitiría ejercer ese oficio y hacer desde Santiago de Cuba, política revolucionaria al modo martiano. Pensé entonces, y así era en efecto, que en la Ciudad Héroe resultaba más factible iniciar acciones políticas tal como las concebía. Hice contactos con una amiga de la infancia que lo ha sido de toda la vida, para que me ayudase en tales propósitos. Se trata de Vilma Espín, quien tenía vínculos con el profesorado de esta universidad, sin embargo, los caminos que tomó mi vida me situaron otros derroteros.

Posteriormente visité Santiago de Cuba con el compañero Allan Rosell, dirigente del Movimiento Nacional Revolucionario en Las Villas; íbamos a establecer contactos para organizar células clandestinas. En este viaje tuve noticias de que existía una fuerte organización de jóvenes dispuestos a la lucha armada, que abarcaba varios municipios de la entonces provincia oriental. Así conocí a Frank País García, durante una reunión en la Universidad de Oriente. Él tenía veinte años y contaba con un fuerte movimiento en la provincia, particularmente en Santiago. En otra ocasión, recorrí con Frank algunas zonas de dicho territorio, en labores a favor de nuestra causa. Cuando los preparativos de lo que después fue el desembarco del Granma, comprendí que donde único iban a producirse acciones de apoyo al mismo, era en Santiago de Cuba. Aquí estaba mi amigo Frank País.

El 14 de noviembre de 1956, llegué a Santiago para participar en las acciones heroicas que organizaba Frank País y dejó sentado definitivamente en mi corazón el sentido rebelde y patriótico de la Ciudad Héroe. Fue sin dudas en esta ciudad donde me hice plena y radicalmente revolucionario.

Desde el 30 de noviembre de 1956, fijé en Santiago de Cuba mi tarea principal y sostuve estrechos contactos con la Universidad de Oriente a través del Dr. Max Figueroa Araújo, amigo de los jóvenes intelectuales de aquella época.

En la Universidad de Oriente constituimos el gobierno revolucionario el día 3 de enero de 1959, y cuando asumí el Ministerio de Educación, adonde primero acudí fue al claustro de profesores de esta universidad. En ellos hallé un grupo de los más talentosos maestros del país, con alta sensibilidad revolucionaria, patriótica y gran sabiduría pedagógica. Se convirtieron así en el núcleo inicial del Ministerio de Educación. Ellos me relacionaron con los mejores pedagogos en todos los rincones del país a los que integré en el propósito de hacer la revolución en la educación.

Años más tarde volví a Santiago como Primer Secretario del Partido en Ia antigua provincia de Oriente y desarrollé con esta casa de estudios una estrecha relación de trabajo educacional, cultural y político.

Por eso, hoy que se me otorga este honor, puedo ratificarles con profunda convicción que seré fiel hasta el último segundo de mi vida a los ideales revolucionarios que siempre me inspiró y me alentó la Universidad de Oriente. Ellos están insertados desde su fundación en su sello fundamental: ciencia y conciencia.

A la escala colectiva de toda una sociedad, para mantener la estabilidad en el tiempo hay que lograr la venturosa articulación entre la cultura jurídica y la educación ética que responda a la historia y mejores tradiciones del pueblo. Nada de esto es ajeno, sino que está ensamblado con los factores económicos y los móviles que estimulan y orientan a los hombres individual y socialmente. Pero no lo estará a la escala que necesita el socialismo, si no se sitúa la ética y la cultura como factor esencial de orientación del desarrollo económico y social.

Quebrar los vínculos entre economía, derecho y ética es uno de los errores teóricos y prácticos cometidos en el llamado socialismo real, pero el mal no nació con é1, propiamente lo heredó. Ninguna civilización ha estado exenta de este desequilibrio. El socialismo debe y puede proponerse asegurar el equilibrio entre ética y derecho representado en los intereses y aspiraciones de las grandes mayorías de la población. Cuando un régimen social no defiende los intereses mayoritarios, la ruptura entre la ética, la economía y la política es inevitable, pero cuando lo expresa, está en posibilidad de garantizarla como Única forma de mantenerse y desarrollarse. No lo hizo el socialismo real por incultura,-no extrajo ninguna conclusión filosófica ni de consecuencias políticas de que estas categorías: la moral, la jurídica, la económica y las políticas pueden articularse sobre el fundamento de la igualdad social. Para comprenderlo era necesaria una alta conciencia moral universal, es decir, una cultura.

En cuanto a Cuba, en el amor a la patria y a la tradición intelectual cubana que postulaba Don José de la Luz y Caballero, está la justicia como ese sol del mundo moral.

Cuando la vida me presentó, de forma dramática, contradicciones entre política y moral, encontré siempre en las ideas de Martí, en la filosofía cubana y en las enseñanzas de Fidel la comprensión necesaria de que sólo hay posibilidad de marchar hacia delante superando lo coyuntural y teniendo siempre a la vista lo esencial: la necesidad de actuar hacia el fuiuro a mediano y largo plazo sobre el fundamento de las ideas socialistas y martianas y que esto último es lo esencial de nuestra acción política inmediata.

Ya con el transcurso de los tiempos fui encontrando que esta identificación entre derecho, ética y revolución es una de las claves decisivas de la historia de Cuba. Entiéndanlo así los jóvenes y garantizarán la fuerza y unidad de la Revolución en un futuro que ya no nos pertenecerá inmediatamente a la generación del centenario.

Desde los tiempos de la Asamblea de Guáimaro, los decretos de abolición de la esclavitud, la república con todos y para el bien de todos, de la dignidad plena del hombre como su ley primera, de los estatutos del Partido Revolucionario Cubano, de la Constitución de 1940 hasta los actuales de nuestra Constitución Socialista, de 1976, que son documentos jurídicos esenciales que forjan la nación, la idea de lo jurídico ha estado en Cuba orientada en dirección a los intereses de las masas trabajadoras y explotadas y en contradicción con los egoísmos de grupos y sectores los cuales siempre fueron los factores más negativos en el nacimiento y crecimiento de la nación cubana.

En haber creído con pasión y trabajado desde mis muy limitadas capacidades en estas conclusiones está quizás la razón por la que ustedes me hayan otorgado este honor, no puedo interpretarlo de otro modo. Hoy puedo decir que la fortaleza de Cuba del presente y del futuro ha de fundamentarse en esta vinculación entre ética, moral, política y derecho para poder defenderse de los enemigos con eficacia.

El derecho significa la posibilidad de la cohesión, la unidad de la nación y es lo que siempre intentan violentar nuestros enemigos y la prueba está en que en su esclerosis, la sociedad burguesa imperialista le niega a la Revolución haber establecido un sólido sistema de derecho sobre el fundamento de que nuestra democracia está orientada a defender los intereses de los trabajadores.

A los jóvenes estudiantes de esta disciplina les quiero trasladar la siguiente idea: el derecho, en su esencia, se propone el ideal de justicia y la búsqueda del equilibrio en las relaciones entre los hombres y las colectividades humanas, y en su forma se materializa en la ley escrita la que teóricamente debe responder a ese ideal.

Pero la diferencia entre la teoría y la vida concreta es un problema de la práctica que sólo en la práctica se resuelve. Desde el inicio de la historia se defendió la idea de la justicia y del equilibrio como la gran esencia de lo jurídico, sin embargo, los hombres. Desde que se hicieron dueños de los medios de producción, sentaron las premisas prácticas que hacía imposible la realización del ideal de igualdad. La esclavitud primero, luego la condición de siervo, y más tarde la del trabajo asalariado sostuvieron que la explotación del hombre por el hombre era una realidad inmodificable y eterna. Así se creó el antagonismo entre justicia y derecho.

Sobre este fundamento, la historia de las civilizaciones hasta aquí ha transcurrido, en base a una gran contradicción y paradoja: la igualdad ante la ley y la diversidad ante la economía, y en los últimos siglos, ante el mercado. Idealmente, la victoria decisiva de las civilizaciones sólo será posible cuando la ley y la economía garanticen la igualdad entre todos los seres humanos. Es decir, no sólo la economía, sino también la ley, y no sólo la ley, sino también la economía.

Por estas razones, la relación entre la ley escrita y la aspiración a la justicia es el más antiguo desafío que ha tenido la historia del derecho.

La conjunción de la tarea que significa el propósito de justicia con la práctica de materializarla, me llevó por el camino revolucionario. Sólo con la defensa del socialismo se puede alcanzar este ensamblaje: la justicia y la ley escrita unidas la práctica honesta y culta de aplicarla porque, como decía Martí, hasta el derecho aplicado sin cultura se parece al crimen.

Hay quienes identifican la cultura con la ausencia de violencia. En realidad, la violencia es una necesidad de la cultura más elevada; lo es para defender los intereses cie los pobres y explotados frente a los egoísmos clasistas y de grupos y de los disociadores, pero sólo se garantiza el triunfo de la justicia sobre los fundamentos del derecho. Hay una sola manera culta de aplicar la violencia, la de la cultura jurídica y la aplicación del derecho.

A esto aspira el socialismo. No serán posibles -y la experiencia de los hechos recogidos de los procesos transcurridos lo confirman- la equidad y la justicia sin el predominio de la ley. No hay socialismo en nuestro país fuera de la ley y no lo hay sin garantizar la igualdad ante el mercado, tampoco es posible alcanzarlo sin una alta conciencia ética. Por eso, las relaciones entre economía, derecho y ética constituyen el núcleo central de nuestros compromisos revolucionarios.

Es esta la lección más importante que me ha dejado la Revolución y que deseaba subrayarles a ustedes a propósito del gran honor que me han dispensado.

Muchas gracias

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