Opinión: El día de la despedida universitaria

Yaritza Cabrera lo recordó por mí, y le agradezco la inspiración…

Hace justamente 6 años subí a las tablas del Heredia, para despedirme de la Universidad de Oriente con un título que me aseguró profesión y ganas de comerme el mundo, aun con una famélica nómina salarial, que en aquellos días era lo de menos.

Me tocó hablar en nombre de todos los graduados de todas las carreras de todas las facultades de la Universidad en ese 2007. Y fue un divertimento estar allí, mirando de frente a mis camaradas de un lustro en los asientos verdecitos del principal teatro santiaguero.

Lo que escribo hoy no es vanagloria, ni tufo a ello. Aquello fue, en esencia, una memoria particular que jamás podrá borrárseme. Y por eso lo cuento.

Nadie me había susurrado, dictado o tecleado el discurso. Lo escribí el día antes, en menos de una hora, cosa extraña en mí, que me demoro tanto entre texto y texto. Ahora mismo no recuerdo bien si se lo leí a mi Liu, puede que sí y que le preguntara si estaba duro y ella diría que no… Pero sí lo leyeron mis dos socios de cuarto de la última noche en aquella ciudad que ya era nuestra: los granmenses Dilbert y Rafael. Ambos lo aprobaron de inmediato.

El ruido que hacían miles de bocas era inmisericorde. ¡Quién iba a callar aquella jauría de muchachos relocos de felicidad! Mi mamá llegó desde Levisa en un carro salvador, y mi Liu vestía de negro, para enamorarme. Fue entonces cuando vino lo que me temía: minutos antes de empezar el acto, “alguien” quiso revisar el discurso, “para ver qué iba a decir”. Y accedí, claro, aunque me había jurado a mí mismo que no lo cambiarían.

Línea a línea se transformaba la cara  del censor en un poema sin rima… Yo serio, plantado en firme. Hasta que terminó asintiendo. A esa hora, cambiar (endulzar, atenuar, pulir…) aquello era más complicado que entrar al comedor del ISPJAM los martes del pollo.

Por si las moscas, previsor, había guardado una copia en un bolsillo, para sacarlo en caso de censura parcial o total, me daba igual. Por suerte, no hizo falta. Cuando dijeron mi nombre, tomé el texto y subí, con la certeza de que no había marcha atrás.

Y leí, alto y claro, para mis compañeros, el discurso que imaginé para nosotros, los graduados del 2007, sin mencionar logros numéricos ni sueños postergables. Omitiendo todo lo que sonara a arenga o consigna. Sin  hablar de nada que no fueran nuestras anécdotas y sufrimientos, epopeyas gloriosas en aulas y comedores y más allá de estos inclusive; de nuestras alternativas fabulosas cuando intentaron separarnos del sexo opuesto en tiempos de virginidades obligatorias; de amoríos y peleas underground; de todo lo que recordé de nuestra vida universitaria y que fui acomodando en 150 líneas, a Arial 12,  sin espacios de por medio.

Fue el momento en que me sentí parte plena de cada uno de los muchachos que me rodeaban. De todos, sin distinción, desde los “más mejores” hasta los más hijosdesumadre. Un instante feliz, de apenas 5 o 6 minutos, que mis compañeros y amigos, reconocidos en cada palabra, aplaudieron con ganas y hurras, todos de pie. Y justo frente a mí, a 15 metros, la rectora chocaba sus manos lentamente, muy lentamente.

Al bajar del escenario, Carlos Sanabia, el corresponsal de Radio Rebelde en la Ciudad Héroe, me tomó por un brazo y me llevó tras una puerta del teatro para entrevistarme. No dije mucho aquella vez, creo: ya había hablado demasiado. Después supe que mi mamá había saltado, toda nervios, al verme desaparecer: “¡Ahora sí se lo llevaron!”

Pero no. Salí ileso. Quienes me llevaron fueron los muchachos, desconocidos muchos, para pedirme el discurso que regalé a alguno y que después no les envié a todos, porque era difícil; y profesores y decanas, que me abrazaron de un modo salvador.

Vinieron fotos del grupo y sus diplomas, de gente inolvidable a seis años de distancia. Y abrazos de despedida.

Pero esta mañana, cuando leí el post de Yaritza, todo volvió de pronto, y me vi otra vez, más delgado y menos miope, subido en las tablas del Heredia, hablando de lo atrevidamente jóvenes que habíamos sido durante el mejor lustro de nuestras vidas, y que seguíamos siendo el día en que la Universidad de Oriente se despidió de nosotros.

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2 comentarios

  1. Te encuentro nuevamente en casa Abdiel, con el regusto de orgullo, calidez y humildad de siempre. Muchos recuerdan tu discurso. Y yo, como la primera, aunque me parece más lejano en el tiempo. Cómo no recordarlo después de haber escuchado e incluso leído ante de la puesta en escena más de una decena de despedidas y compromisos. Pero el tuyo, tu ¨discurso¨, ha sido único. Ya quisiera tenerlo. En él no faltaron las consabidas gratitudes, el saldo dejado por el alma mater, ni el irrenunciable destino como graduado de una generación no precisamente perdida. Tu momento de gloria (y perdona(en) la exaltación) en el podio quedó, porque nació de la más entrañable vivencia, de la sinceridad, y se hizo crónica, nació del entusiasmo joven, desenfadado, natural pero profundísimo, no de panfletos estudiados y racionales. En ese momento vi ya crecido al chico tímido aunque acucioso de los talleres de narrativa, discreto y de humilde carácter, que no creía tener el mundo asido por los cuernos. Y supe que llevarías contigo a la Universidad que te hizo el periodista que eres. Así con orgullo te veo y veo a nuestra Universidad de Oriente en cada premio nacional que has recibido, igual en cada hecho que noticias desde la maltratada Haití con ese halo de poesía y humanidad que pones en todos tus trabajos. Al leer tu texto una vez más me convenzo de que sigues siendo el mismo chico humilde, agradecido y perspicaz, un chico de nuestra casa. Enhorabuena

  2. Leyendo hoy tus comentarios sobre tus memorias universitarias recuerdos las mias, aunque tal vez un poco mas recientes, pero aun ahi como si fuera hoy el dia en que deje atras tantos recuerdos y personas que tal vez en algun momento de esta caprichosa vida vuelva a ver.
    Gracias por traer a mi mente un vez mas esos momentos que transformaron nuestras jovenes e inespertas vidas, en fuertes artifices del nuevo dia.

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