Mi amigo José…

El tiempo, siempre, nos devuelve tu pensamiento a través de libros, imágenes, sentencias…marcado todo por la sapiencia y el amor a la Patria.


Pretendo recordar que jamás diste un ápice de ventaja a la indecencia y la traición, no solo en discursos o cargas al machete, sino en esa viva y dedicada vocación de soñar un país mejor.


Tu ejemplo es como himno que no envejece y guía. Tuve el privilegio de, en mi primera visita a La Habana, llegar hasta la casita de la calle Paula. Anhelaba descubrir habitaciones, muebles y fotos. Aprendí contigo que “quien lleva mucho dentro, necesita poco fuera”.


El respeto a Mariano y el amor por Leonor nunca los pusiste en duda. Tampoco estuvieron en duda tu impetuosa manera de luchar, de “empuñar” el verbo ante cualquier agravio, o de sumar hombres a la Guerra Necesaria.


Jamás fuiste menos pese a la jerarquía de Gómez o Maceo, como prestigiosos líderes militares. Sé que no te gustaría escuchar, por modestia, que eres el cubano más grande que ha parido esta tierra.


No permitiste que tu humildad se desdibujara con vanos halagos. Sin embargo, muchos han intentado mancillar, manipular o destruir, en nombre de una voz que no les diste, en nombre de un ejemplo que no brindaste.


Amigo José, hubiera deseado darle a usted un abrazo; aprender más con su irremediable amor a Cuba, y su límpida moral, transparencia y sostén de no pocos humanos.


Gracias por hacernos mejores cada día, por enseñarnos a cultivar una rosa blanca para el amigo sincero. No hay bustos, consignas o carteles que puedan ilustrar mi admiración al salir de la casita en la calle Paula. Aprendí allí que no son llanos, los caminos que nos llevan al cielo.

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